Todos los humanos somos manipulados parcialmente en nuestra vida diaria por una o más personas, y también manipulamos a otros, usualmente de forma no premeditada ni maliciosa.
En todo momento recibimos coacciones más o menos encubiertas de nuestra pareja, de nuestra familia, amigos, conocidos, jefes, compañeros de trabajo y hasta de desconocidos, para que actuemos como ellos quieren, sin que nos demos cuenta. Al mismo tiempo, tratamos de manejar a quienes nos rodean.
La manipulación más frecuente es la que proviene de nuestros seres queridos y amigos cercanos, a quienes complacemos hasta donde es razonable para mantener sus afectos. Esta manipulación, que a veces es negociación, es normal en la interacción social de las personas.
Pero existe otra manipulación también, la política, ejercida por gente cercana, que los candidatos o sus equipos de trabajo empiezan a poner en práctica por esta época, unos para doblegar nuestra voluntad y lograr que votemos por ellos, y otros para persuadirnos.
Es una manipulación mucho más sutil y elaborada que la cotidiana y emocional, esta vez sustentada en esfuerzos publicitarios y de promoción de imagen, que tratan de "vender" impresiones superficiales e impactantes, llenas de efectos especiales, en lugar de propuestas de fondo contenidas en programas serios de gobierno o plataformas realistas y colectivas.
La presión sugestiva que nos imponen los líderes políticos está saturada de imágenes o acciones sugestivas, cuya esencia es puramente emotiva, como acudir a los barrios pobres a llevar comida o ropa, prometer la solución de sus problemas a quienes han sido víctimas de desastres, o volverse un amigo cercano que comparte penurias y fatalidades.
Como resulta más fácil entregarse a las imágenes y estímulos grandilocuentes que hacer razonamientos críticos, algunos ciudadanos, acosados por el deslumbramiento del líder salvador, pierden el discernimiento y deciden su voto con la misma irracionalidad de un consumidor extremo de bienes y servicios que se promocionan por todos los medios.
El resultado es la perpetuación de la empresa electorera, que invierte en campañas llenas de colores, imágenes brillantes y frases emotivas, para dedicarse luego a gobernar sin tener en cuenta a los incautos que creyeron ingenuamente o entregaron su voto a cambio de fruslerías disfrazadas de generosidad.
Es preciso que la gente entienda que los problemas que afectan gravemente su calidad de vida no se solucionan con sonrisas amistosas, palmaditas en el hombro y visitas a los hogares pobres para fingir que bailan sus bailes, comen su comida y padecen sus penas.
Hay que tener cuidado, pues los manipuladores usan estrategias sutiles para fabricar impresiones de la realidad, que escondan las maniobras con que engatusan a quienes, por ingenuidad, no están conscientes de tales simulaciones.
Todo manipulador, y especialmente todo polítiquero manipulador, es un prestidigitador que fabrica ilusiones en la mente de los incautos convenciéndolos de que son realidades, aprovechándose de que tendemos a beber de un solo trago la mentira que nos adula o nos da esperanza, mientras absorvemos gota a gota y con disgusto la verdad que nos molesta o perturba.
Por eso, hay que desconfiar de quienes tienen el secreto para resolver fácilmente los problemas de la ciudad o del departamento y ofrecen revelarlo si son elegidos, y debemos apoyar a quienes proponen programas realistas en los que se requiere la participación de todos los ciudadanos.