Editorial


Corridas, corralejas y maniqueísmo

Las corridas de toros y las corralejas enfrentan una oposición tan encarnizada como ellas mismas. A las corralejas les ha ido peor porque hasta la afición purista a las corridas las considera una vulgarización del “arte” de la tauromaquia. Ambas son juzgadas entre el bien y el mal; el arte puro y lo vulgar; la elegancia y el mal gusto; y entre la sangre “necesaria” de las corridas, hasta la crueldad extrema de las corralejas.
Las corridas se llaman así porque antes de los camiones las toradas viajaban por tierra tras los bueyes, desde las fincas hasta las plazas de los pueblos. Al pasar de los caminos rurales hasta las calles urbanas los animales eran corridos como por un embudo para que no trataran de escapar por las bocacalles mal parapetadas ni se desgastaran dándole cornadas a lo que se moviera.
En las fiestas de Pamplona los “mozos” corren delante de los toros por la emoción de hacerlo y por atraerlos hasta la plaza de toros en el centro del pueblo.
Las corridas nacieron de lo que antes era el empleo mayoritario en España, especialmente Andalucía: las faenas de campo. Las corralejas siguieron un camino similar, pero con bandas que tocan porros en vez de pasodobles, “manteros” en vez de toreros, y garrocheros populares en vez de señoritos de a caballo.
En ambos casos los ganados eran salvajes, en España “de casta” y aquí criollos cimarrones, también originarios de Iberia. Lidiarlos en el día a día rumbo a su domesticación económica requería valor, conocimiento y perseverancia. Las corridas y corralejas eran el escenario festivo para mostrarse los mejores en cada “arte”, como aún describe el campesinado del Caribe su oficio de vaquero o de agricultor.
La imagen bucólica de la vaca lechera ordeñada por unas amas de casa rubicundas correspondía al norte de los Pirineos, pero era desconocida en España y sus colonias. Las corridas y las corralejas representaban la quintaesencia de las labores de campo de aquí y de allá, una especie de juegos olímpicos del agro.
Hoy los toros de lidia y las corralejas son un anacronismo social y económico, y la mayoría del ganado de España y de Colombia es doméstico. En los aficionados duros a ambos eventos prima la pasión, aunque el ganadero generalmente pierde dinero. El negocio es de otros.
La sangre en el arte de Cúchares es cada vez más difícil de justificar en una época en que se promueven los derechos humanos y la no violencia, y ver a ganaderos botando billetes a la arena de la corraleja es un acto grotesco, ofensivamente feudal, como también son los corneados harapientos que se juegan la vida por una botella de ron y por acrecentar su prestigio y crédito entre los gariteros de las corralejas.
Más que buenas o malas, las corridas y las corralejas son un anacronismo en el que sí hay mucha crueldad. No las acabará el maniqueísmo sino la muerte natural de sus aficionados, porque a la mayoría de los jóvenes no les gustan unas ni otras.

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