Editorial


Crece la amenaza del palangre

Una de las desilusiones causada por los debates entre los candidatos presidenciales fue el vacío en lo que tiene que ver no sólo con la Costa Caribe, a la que todos le dan contentillo con promesas de obras menores y después la olvidan como a las novias de ocasión, sino al propio Mar Caribe, cuya jurisdicción colombiana es tan inmensa como ignorada por buena parte de la “inteligencia” andina. Colombia sabe por experiencia propia que apenas un pesquero suyo se aventura en aguas extranjeras vedadas para la pesca comercial, como la de las Islas Galápagos y sus alrededores, aparece primero un avión de la Fuerza Aérea ecuatoriana y luego una patrullera marítima para hacer respetar su recurso pesquero. Las multas son rápidas y severas porque todo el país tiene conciencia de la importancia del mar y de la pesquería sostenible para su economía. En Colombia parecería que la mayoría de los dueños del poder civil central menospreciaran nuestra riqueza ictiológica, a pesar de que la Armada se esfuerza por poner el Mar Caribe en la agenda del Estado. Hace más de un año publicamos el editorial “Un recurso natural en peligro”, en el que advertíamos acerca de la amenaza de la pesca bárbara del palangre en aguas colombianas, con permiso del Gobierno. Este mal arte, llamado también “long line” (cuerda larga), puede tener más de 3.000 anzuelos cada uno, esparcidos en una cuerda con flotadores que los barcos van dejando tras de sí, y que después recogerán llena de peces. Los pesqueros sueltan varias de estas trampas mortales y cubren cientos de millas náuticas. En aquel editorial dimos el ejemplo del avistamiento de aves en Costa Rica, en el que cada una es “vendida” cientos de veces a las cámaras de los fanáticos de esta actividad, resultando mucho más rentable dejarla en su hábitat que exportarla en una jaula, y asimilábamos esta industria turística a la pesca deportiva, en la que las piezas son devueltas al mar vivas luego de la foto de rigor. La pesca deportiva debería ser una de las industrias de servicios más importantes de Cartagena y demás ciudades del Caribe colombiano, pero la depredación bárbara de los pesqueros que utilizan palangres está diezmando a sus anchas -y por una tarifa miserable- la riqueza ictiológica de nuestras aguas azules territoriales, de tal manera que cada día disminuye la captura artesanal y deportiva de peces. En lo que va del año, los pesqueros extranjeros con licencia para pescar en el Caribe colombiano descargaron 363,24 toneladas de pescado en Cartagena (atún, tiburón, marlin, pez vela y otros), y hay quienes se preguntan si algunos no entregarían también pesca a barcos “madre” en aguas internacionales, aunque esta suspicacia podría ser injustificada. Si bien el Mar Caribe es jurisdicción de la Nación, lo que ocurre en aguas aledañas le incumbe a Cartagena, sobre todo ahora cuando se habla de marinas para yates, uno de cuyos renglones importantes es la pesca deportiva. El Distrito –Alcaldía y Concejo- haría bien en tomar este toro por los cuernos.

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