Editorial


Cultura ciudadana

En una rueda de prensa ofrecida ayer por una empresa refinadora de petróleo, un periodista radial observó que uno de los problemas sociales más agudos de Cartagena es la falta de cultura ciudadana. Coincidimos con él, ya que aquí se dan unos comportamientos inexplicables, o por lo menos, difíciles de entender. Ayer en la madrugada, por ejemplo, mientras los “escobitas” limpiaban la flamante avenida Daniel Lemaitre, alguna gente que los había visto pasar barría el frente de su negocio hacia la calle. Unos recogieron la basura en bolsas, otros no. Mientras tanto, a la brisa de la madrugada la precedían andanadas de bolsas plásticas que parecían salir de la nada, dejando partes de la vía -recién aseada- como si nadie la hubiera limpiado. Hace dos días, el conductor de un carro particular lo paró en el área de maniobras de los parqueaderos de un supermercado, bloqueando a los autos que estaban allí y a los que querían entrar, y caminó a la acera de enfrente a comprar algo en una droguería. En vez de mostrar algo de vergüenza cuando reapareció seis minutos después, tenía una expresión desafiante, como quien dice: “lo hice, ¿y qué?”. Hace algunos días más, un vecino de El Laguito le reclamó al operador de una chiva turística por el escándalo que hacía en plena zona residencial, con una música descaradamente alta, y éste le respondió que “estamos en temporada”, como quien dice, se tienen que aguantar lo que venga. Es la misma actitud de los negocios cuyo sonido es abusivo, bien sea que lo produzcan desde un local, sobre ruedas o desde alguna embarcación. Algunas personas parecen creer que la temporada turística y las vacaciones traen implícita una licencia para incumplir las normas, y que también acarrean la suspensión temporal de los derechos de los demás ciudadanos. Las anomalías que ocurren alrededor de los pasos peatonales conocidos como “cebras” también están investidas de esta actitud de origen aparentemente inexplicable que mantiene a la ciudad patas arriba, y que fueron discutidas por los lectores de la página electrónica de El Universal: el grueso de los peatones no cruza por ellas, ni los conductores se detienen cuando algunos las usan. Por otro lado, muchas de las cebras parecen concebidas para botar pintura (“contratitis”) y no para organizar la vida urbana, ya que están una tras otra, sin oficio real. En cualquier parte, los conductores se pasan por la faja las normas de tránsito, pero hay lugares preestablecidos para ciertas infracciones recurrentes, como por ejemplo, girar a la izquierda desde la Avenida del Pedregal hacia el Puente Román, o la que es peor, dar la vuelta en U frente a la Alcaldía, como para significar que la autoridad no asusta a nadie, porque no existe. ¿Cómo se rompe el círculo vicioso de la incultura ciudadana? ¿En qué momento, cómo y por quién, se interrumpe la conexión entre los adultos infractores y los jóvenes, para que no los imiten? Cartagena necesita encontrar respuestas, pero en vez de esperar a que aparezca un mesías que nos salve del caos, cada ciudadano tendrá que cambiarse a sí mismo para que todo mejore.

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