Editorial


De champetas y picós

En nombre de un difuso calificativo de tradición popular no puede someterse a la gente a la tortura del ruido ensordecedor…;
La discusión sobre la validez cultural de la champeta no solo es bizantina, sino inconveniente, porque todo género musical es al fin y al cabo “cultural” y porque la confrontación de conceptos termina en una disputa social.
Igual ocurre con los picós, cuya legitimidad como manifestación tradicional de algunos barrios representativos de Cartagena no impide que sean criticados por su contribución enorme a la contaminación auditiva y porque rompen con ella leyes nacionales.
Los intentos del alcalde Campo Elías Terán por controlar la actividad de los picós, estrechamente ligados a la música champeta, generó una controversia que se alejó de su propósito inicial, es decir tratar de reducir los espacios donde florece la violencia y la agresión al tiempo que se protege el derecho de los ciudadanos a la tranquilidad.
Ayer, el alcalde y los intérpretes de champeta se reunieron para analizar puntualmente la situación socioeconómica del gremio, como dice un boletín de la Oficina de Prensa del Distrito, su protección social y respaldo jurídico para sus presentaciones y grabaciones.
Esas aspiraciones de los artistas dedicados a la champeta, que incluyen también la capacitación en educación superior, las facilidades para adquirir vivienda de interés social y la instauración del Día de la Champeta, son legítimas y hace bien la Administración distrital en apoyarlas.
La propuesta del alcalde a los artistas de champeta, de crear una especie de corporación que los agrupe y los respalde en la contratación, es racional, pero la idea de exigir a los empresarios que organicen conciertos en la ciudad a que incluyan un grupo de champeta resulta arbitraria y discriminatoria, porque tendría que pensarse en obligarlos también a incluir un grupo de cumbia, otro de gaitas, de porro y de otros géneros más antiguos y más representativos. Para un empresario sería poco rentable y la norma tampoco aguantaría una demanda.
El asunto de los picoteros, aunque bastante relacionado con la actividad de los músicos de champeta, es otra cosa. Con ellos, el problema no es de legitimidad o de identidad cultural, un concepto que ha dado lugar a opiniones absurdas, como decir que el ruido electrónico escandaloso es parte de la identidad del Caribe.
En nombre de un difuso calificativo de tradición popular no puede someterse a la gente a la tortura del ruido ensordecedor, ni tampoco para lucrarse unos pocos o muchos empresarios de los picós y de las fiestas, de cuya legitimidad no dudamos, pero sí cuestionamos su insistencia en no cambiar el formato de sus presentaciones: unas torres inmensas de sonido apiladas unas sobre otras en un lugar central o tarima, para asegurarse de que un gran ruido llegue a la periferia más lejana de la fiesta o presentación, con lo que también invade los hogares privados a cientos de metros -y a veces kilómetros- a la redonda.
Nadie puede disputarles a los picoteros ni a los dueños de equipos privados en casas, restaurantes, lanchas, barcos piratas o chivas, el derecho a oír música, pero es la propia ley la que les prohíbe obligar a la demás gente a oírlos cuando exceden el volumen legal.

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