Editorial


De ciertos discursos

Tiene poco sentido que un candidato a cualquiera de las instancias del poder público, tome como discurso bandera su condición de ciudadano nacido en la pobreza, cuando no fue así, y llevado dizque por la gracia de su “esfuerzo” hasta las esferas legislativas altas. Además, tendría poco sentido si ese candidato -otrora dizque materialmente humilde- alcanza el dominio y el prestigio únicamente para convertirse en otro más de los protagonistas de las corruptelas vergonzosas que ventilan los telenoticieros diariamente y al día siguiente ya son olvidadas. Tiene poco sentido que un personaje de esos se la pase hablando de sus orígenes humildes, si en su hoja de vida no se encuentran indicios de haberse desvelado por cambiar la situación de las personas que lo vieron crecer en la barriada o en el pueblo en donde dice haberse criado en medio de padecimientos indecibles. Y aquí vale destacar la anécdota que el senador norteamericano Gregory Meeks contó en cada una de sus reuniones con los líderes populares de las zonas más deprimidas de Colombia. “Cuando salí de Howard University -recuerda el senador-, después de culminar mi carrera de Derecho, mi madre me dio tres consejos que no he olvidado, ni olvidaré en lo que me resta de vida: nunca olvides quién eres, nunca olvides de dónde vienes y nunca olvides a las personas que te ayudaron a ser quien eres”. En otras palabras, las frases de la madre aconsejando no son más que el resumen de lo que debiera hacer cualquier trabajador social de condición humilde, si de verdad conserva en su corazón y en su mente el gran sentido de pertenencia que las labores comunitarias sinceras exigen: regresar al encuentro de sus raíces y devolver los beneficios que la vida le ha dado. Si no se toman en serio recomendaciones como las que recibió el senador Meeks, entonces tiene poco sentido que un político se la pase recordando en sus discursos los avatares de su vida menesterosa, cuando en realidad lo único que le interesa es adular a sus coterráneos para sacarles votos y devolverles pocos beneficios, para asegurarse de que sigan votando por él, pero al influjo de más discursos ilustrativos de lo que fueron su miserias pretéritas falsas. Por lo menos, en lo que concierne a Cartagena y a Bolívar, hasta ahora no se ha visto que el barrio o la zona rural de donde han salido ciertos politiqueros reconocidos sean el ejemplo fehaciente del progreso material y espiritual, por lo cual insistimos en que tiene poco sentido el que sigan mostrándose como el paradigma irrefutable de la superación, cuando en realidad nunca moverán un dedo para que sus coterráneos jóvenes lleguen a saborear honestamente las mieles del ascenso social y laboral. Y está comprobado que el argumento de la pobreza es inversamente proporcional a la realidad de esa clase de políticos: entre más alardean con sus orfandades de otras épocas, menos intenciones tienen de convertir en digna la vida de las personas que los escuchan y los admiran.

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