Editorial


De las cebras, a la boya 50

Cumplir las normas básicas de convivencia sin sentir fastidio es una señal de madurez social, cuando cada persona hace lo que le toca porque se le volvió un reflejo, y no porque se lo indica una autoridad. ¿Cómo llega una sociedad al respeto colectivo por las normas y los derechos de los demás? Seguramente a través de la educación y la autoridad. La educación permite que los individuos comprendan, y de entender viene la convicción sobre las normas mínimas para vivir en comunidad, impidiendo que se requiera un policía para cada habitante. Esta es la esencia de la campaña liderada por Pirry alrededor del tránsito vehicular, que habla de la “inteligencia vial” para apelar al civismo de la población, cuya mayoría sabe lo que debería hacer y no lo hace, quizá porque los individuos esperan a que el resto de la gente se porte bien para hacerlo ellos. Es el círculo vicioso que hay que convertir en virtuoso, en el que se sienta mal la minoría que irrespete las normas. Siempre habrá infractores irreductibles que deben ser amonestados sin miramientos, lo que le permite a la autoridad reforzar las reglas para convivir en sociedad, y a la vez le sirve de ejemplo a quienes pudieran titubear. En Cartagena hay oportunidades para iniciar los círculos virtuosos del comportamiento ciudadano, como los pasos peatonales –o cebras- en las que se detienen pocos conductores y usa una minoría de peatones. Los “Vales del Almirante”, unos jóvenes patrocinados por la Alcaldía, intentan mejorar el comportamiento de unos y otros alrededor del Camellón de los Mártires, pero se requiere multar a quienes no respeten las cebras, conductores o peatones, y cobrarlas a los morosos por vía judicial. Las sanciones al bolsillo son una vía rápida hacia el buen comportamiento. Otro termómetro del talante ciudadano es la muy mentada boya 50 a la entrada de la bahía interna entre la Armada y la Avenida Miramar, que exige “cero olas” al navegar en ese cuerpo de agua. Hay mejoría en los patrones de las embarcaciones, pero ayer en la mañana, por ejemplo, El Universal tomó videos (están en nuestra web) de varios infractores, incluyendo una lancha de guardacostas y una de la Policía, quizá porque no entienden que “cero olas” no equivale a andar despacio. Deberían navegar allí sin hacer ninguna ola, pero la mayoría desacelera después de la boya y entran haciendo oleaje. Otros “capitanes” ni siquiera la toman en cuenta y siguen a toda marcha. Las olas repetidas de las embarcaciones erosionan orillas, monumentos y muelles, y es indispensable evitarlas. El Distrito, la Armada y la Policía deberían aprovechar estos dos lugares, fáciles de controlar, para hacer una campaña sostenida de pedagogía y multas, provechosa para generar el buen comportamiento general. Y las tres entidades deberían comenzar por casa: el Distrito, controlando a quienes recogen a sus empleados aparcados sobre las cebras frente al Palacio de la Aduana; y la Armada y la Policía, a sus propias embarcaciones.

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