Editorial


De reinas y reinados

El Universal de ayer decía, según nota enviada por Colprensa, que “La Gobernación de Antioquia, mediante el decreto 1888 de agosto 3 de 2012 prohíbe los desfiles de moda, concursos, reinados de belleza y toda clase de eventos que resalten o premien los atributos físicos de las niñas y adolescentes que cursan sus estudios en los establecimientos educativos oficiales de los municipios no certificados del departamento”.
El artífice del decreto es –por supuesto- Sergio Fajardo, el gobernador de Antioquia, quien anunció tal propósito durante la campaña y también recién elegido. Ya como alcalde de Medellín le había dado la espalda a estos concursos y actividades.
Según el documento de la Gobernación enviado por Colprensa, “esos eventos no aportan a la formación ética ni al desarrollo del talento y las capacidades de las jóvenes” y además son competencias discriminatorias, humillantes y van contra la dignidad femenina, también según la Gobernación de Antioquia.
En Colombia los reinados para mujeres adultas han sido vehículos de movilidad social para las ganadoras, que usualmente terminan trabajando para la televisión como presentadoras o actrices, o en algún sector de la moda, desde el modelaje hasta el diseño de ropa. En Cartagena el ascenso social y profesional de las reinas populares ha sido especialmente marcado, dadas las limitaciones que la mayoría tuvo que soportar durante su vida hasta el momento de descollar en la belleza calificada por los jueces de dichos concursos.
Muchas niñas de Colombia crecen con el paradigma de ser reinas de belleza, expuestas como están a los muchos certámenes de este tipo que hay por todo el país, cuyas ganadoras suelen ser tratadas como una especie de realeza criolla a las que se les suelen abrir muchas puertas solo por haber nacido bellas, y más aún si tienen algún talento e inteligencia que acompañe su belleza.
A través de los años la belleza perdió la ingenuidad de los concursos iniciales de niñas bien dotadas por la naturaleza y ahora también fabrican beldades en los quirófanos, con grandes riesgos para la salud y bienestar de las mujeres intervenidas. Muchas jovencitas crecen deseando una cirugía para clasificar en el estándar de belleza –con frecuencia vulgar- que nos ha sido impuesto por diversos factores.
No sabemos si Fajardo procedió así por su propia opinión, respetable por cierto, o si basó su decreto en algunos estudios sociológicos sobre los efectos adversos para la mayoría de las niñas, de tener que crecer sintiéndose feas al compararse contra un estándar de belleza impuesto por presión social y comercial. A primera vista, Fajardo parecería tener razón.
Pasar por la adolescencia es difícil de cualquier manera, pero debe ser peor hacerlo para las niñas con las presiones inmensas que vienen de sentirse fuera del patrón oficial de belleza, malgastando energías que con seguridad darían mejores resultados a ellas y a la sociedad aplicadas a la excelencia académica y a descollar en la vida profesional.
Los concursos de belleza deberían ser entonces solo para mujeres adultas que los escojan, mientras la mayoría de ellas debería levantarse lejos de esta presión innecesaria para niñas demasiado jóvenes. 

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