Editorial


Del fatalismo a la acción

Las temporadas de lluvia de los años 2010 y 2011 dejaron a Colombia patas arriba. A pesar del aviso del IDEAM -de cuyas predicciones acerca del tiempo ya nadie se atreve a burlarse-, dado a fines de 2010 y anunciando una segunda La Niña en 2011, la nueva oleada de aguaceros tomó al país a saco nuevamente.La modorra del verano o la indolencia arraigada, o ambas, parecían impedir el desenvolvimiento rápido de los entes territoriales para reparar diques, tapar chorros en ríos y caños, y arreglar las vías indispensables. Mucha gente siguió en cambuches o volvieron a ellos con la segunda embestida de la infanta terrible.
La primera reacción del país fue de incredulidad, después de fatalismo conformista y hasta de ciertaindiferencia ante la magnitud del problema. La mentalidad de víctimas ascendió de los verdaderos perjudicados, con vidas, casas y bienes bajo el agua, hasta quienes tenían que solucionar sus problemas desde escritorios y vidas inalteradas en lo personal.
También hubo un tufillo mal disimulado de euforia expoliadora en ciertos ámbitos politiqueros con el manejo de las ayudas que el Gobierno enviaba a borbotones. Los corrillos callejeros daban y dan cuenta de quién se quedó con qué y con cuánto, sin que se sepa si las autoridades investigaron de verdad o si lo hicieron tan “exhaustivamente” como siempre, es decir, de mentirillas.
Pero en la temporada de lluvias de 2012 que tendremos encima inevitablemente después de marzo y quizá antes, ya no caben las disculpas. Todos deberíamos dejar muy atrás la mentalidad de víctimas para cambiarla por una de innovadores. Ya sabemos qué se inundará y qué no, y qué hay que hacer con las emergencias.
No sería lícito que el Estado arrastrara los pies en las prioridades del país, como por ejemplo, la construcción de tres viaductos y la elevación de la vía entre Corralito y el Canal del Dique, más el nuevo puente en Gambote. Si una Niña llegara a arrasar esta vía, como estuvo a punto de suceder en 2010, el país andino quedaría desconectado de su puerto principal y Cartagena quedaría desabastecida. Esta sería una negligencia criminal, como sería también permitir que el Dique siga sedimentando la bahía de Cartagena. Ahora sí es verdad que el tiempo apremia.
Dejar la mentalidad cómoda de víctima en la burocracia también implica aprovechar todas las oportunidades que ofrece la reconstrucción de la infraestructura del país. Es el momento de usar el control de crecientes para almacenar agua en grandes presas para luego regar en el verano. Basta de cacarear la modernización del agro sin darle lo indispensable: riego en verano y drenajes en invierno. Hay que pensar y planear más allá de los próximos charcos y crecientes.
Los entes territoriales deberían pensar en programas de Estado, en vez de repartijas para las empresas electoreras. ¿Están tapados los chorros que desvían los fondos hacia los cauces tortuosos y sin fondo de siempre?
El país no aguanta más cuentos, sino soluciones. Tenemos que pasar del fatalismo a la acción y de víctimas a innovadores.

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