Editorial


Del PUC, al PUS

La política colombiana está podrida, y las ideas y programas valen poco para la mayoría de los aspirantes a cargos de elección popular. Muchos de los que más vociferan su seriedad son los más politiqueros. Así lo sabe la gente, que se siente impotente para cambiarlos porque hacen sus propias reglas desde el Congreso, y eligen y nombran a muchos de quienes deberían controlarlos, convirtiéndolos en sus subalternos. Algunos partidos cambiaron de nombre, pero siguen en poder de los mismos personajes, presos o inhabilitados, o de sus herederos y testaferros. La contracara de los logros de la seguridad democrática y de la inversión extranjera, que son muy importantes, es el afán de las reelecciones, que desdibujó las promesas del candidato Álvaro Uribe de 2002, y su Gobierno terminó entregado a las mañas de las trastiendas del poder, las que criticó en su primera campaña. Un adalid de la elasticidad repetía hipócritamente hace unos años: “cambiamos o nos cambian”, y terminó siendo uno de los ministros uribistas más importantes. La renovación política que prometió Uribe nunca se dio, sino que por el contrario, en el país se entronizó una politiquería ruin. Un senador dijo en una emisora hace poco, al ser cuestionado su partido por nexos con la parapolítica, que en todos los partidos hay corruptos, que si alguien sabe algo en contra de cualquier candidato, incluido él, que lo denuncie, y que sólo responde por sí mismo. Es decir, le importa la honradez formal, pero no le preocupa nada de su partido distinto al aval. Los rostros de la desvergüenza están pegados en todos los postes y paredes de Bolívar y de Cartagena, o pintados en cualquier otro lugar del patrimonio público, que los campeones de la probidad en “Photoshop” no tienen reparos en vilificar, a pesar de saber que hacerlo es ilegal e indecente. Los afiches, avisos y demás abusos son la punta del témpano, que indican la cloaca que subyace la politiquería, que los entes de control toleran, y a veces parecen auspiciar. Aquí no hay teflón protector, sino una red de intereses bien tejidos que ahorcan y amordazan al país. En Colombia hay una variedad de agrupaciones que fungen como partidos políticos, cada uno con sus propios nombres, eslóganes, logos, colores, sedes y demás parafernalia. Por encima se asemejan a partidos organizados, pero no lo son. A lo sumo, el país tiene tres o cuatro partidos políticos auténticos. Los pseudo partidos intentan diferenciarse para hacer mejor su mercadeo politiquero y financiero, pero como ocurrió hace más de 15 años en Cartagena con el llamado “Partido Único del Concejo”, o PUC, que promovía los intereses particulares y grupales de sus miembros, los partiduchos de hoy terminan siendo asociaciones de intereses muy similares y para efectos prácticos, se podrían agrupar en una sola organización, pero en vez de PUC, podría llamarse PUS: Partido Único de Saltimbanquis. ¿Caerá usted en la trampa del PUS en las próximas elecciones, o votará a conciencia por candidatos, partidos y programas serios?

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