Una vez más los intereses particulares de un gremio reducido ponen en jaque a un conglomerado mucho mayor, con lesiones enormes que emanan como rayos desde un núcleo egoísta y prepotente y alcanzan a hacer daño en lugares insospechados.
Los controladores no solo mandan en ciertos aspectos de los aviones en vuelo, sino que también deciden lo que hacen en tierra, tal como dónde y cuándo descargar a sus pasajeros. El viernes pasado, por ejemplo, el vuelo AV 8549 aterrizó en Bogotá y fue dirigido a uno de los “chorizos” del aeropuerto Eldorado, donde abrieron la puerta del avión pero no dejaron desembarcar a nadie. Los controladores cambiaron de parecer y el avión tuvo que ser reversado a la pista, para luego carretear hasta un desembarcadero en el Puente Aéreo y bajar a los pasajeros unos 40 minutos después de aterrizar.
Cualquiera creería que lo anterior fue una casualidad, pero ocurrió algo muy similar el sábado pasado con el vuelo AV 9311, que aterrizó en Bogotá procedente de Medellín, de donde salió unos 30 minutos tarde por la “congestión” en el aeropuerto de la capital. El avión fue ordenado a un lugar en la pista frente al edificio de Eldorado, luego fue movido hacia atrás, y después de otros 30 o más minutos, lograron poner la escalera y bajar los pasajeros, transportados hasta el Puente Aéreo en tres buses que iban apareciendo a su antojo. Tal como pasó en el vuelo del viernes, en el del sábado muchos pasajeros también perdieron sus conexiones a otras ciudades y países.
Las exigencias de los controladores incluye un mayor salario, turnos más cortos, mayores intervalos entre turnos, entre otras cosas. Para poder cumplir con algunas de esas exigencias, Aerocivil tendría que contratar más controladores, dado que el tráfico aéreo se ha multiplicado exponencialmente sin que su planta de personal se haya incrementado. Los controladores argumentan que el estrés causado por la naturaleza del trabajo y los turnos largos arriesgan las operaciones al aumentar las posibilidades de fallas humanas con consecuencias quizá catastróficas.
Es probable que tengan algo de razón en algunas de sus demandas, pero los perjuicios que les causan a miles de personas les resta legitimidad. Solo los dos ejemplos anteriores, aparte de centenares durante las semanas y meses, le causan traumas a cientos de personas, que pierden conexiones en cadena, tienen que pernoctar en lugares no planeados ni presupuestados, eleva los costos de operación de las aerolíneas de manera que podría comprometer su capacidad y voluntad de mantener la misma cantidad de empleos o de incrementarlos, amenaza la salud de los pasajeros en viajes a clínicas y hospitales, ahuyenta al turismo de Colombia, en fin, es obvio el mal causado a mucha gente.
El Gobierno debería tomar medidas severas contra este abuso de un servicio público como el control de la aviación, y a la vez, satisfacer las exigencias justas que puedan tener los controladores.
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