Editorial


Desenlace magnífico

Una noticia como el rescate de los mineros atrapados durante 69 días en el fondo de una mina en Chile ofrece temas innumerables de reflexión, empezando por la falta de seguridad en los sitios de explotación minera, los efectos de un encierro forzado en los seres humanos o los alcances del espíritu de solidaridad. Sin embargo, la conclusión feliz de una tragedia que parecía inevitable, es la historia épica del triunfo de la voluntad y de la inteligencia humanas sobre la adversidad. Una historia que comenzó con el derrumbe que sepultó a los 33 mineros, de quienes no se supo nada en los primeros 17 días, mientras ellos, sin esperanzas de sobrevivencia, luchaban bajo tierra. Entonces ocurrió el milagro y una de las sondas que se usaban para buscarlos regresó con un mensaje escrito diciendo que todos estaban bien. Así empezó una carrera frenética para sacarlos del refugio, con varios planes de rescate usando tres perforadoras con distintos rumbos, hasta excavar el túnel estrecho de 622 metros, que llegaba hasta el taller estrecho de donde fueron sacados en una cápsula también estrecha, uno a uno, viajando contra la gravedad por un sendero oscuro de roca. Al milagro de la supervivencia, se le añadió el tesón del hombre de no dejarse derrotar por la adversidad. En muy poco tiempo, ingenieros y técnicos de la Armada de Chile y de otros sectores del país, con ayuda de la Nasa y de algunos técnicos extranjeros, diseñaron los artefactos necesarios y planificaron cuidadosamente el procedimiento para el rescate, convencidos de que cada vida salvada merecía un esfuerzo de tal magnitud. Una de las razones del éxito fue la formulación detallada de procesos, el cumplimiento inflexible de las normas definidas y la aplicación inagotable de todos los participantes en el cumplimiento de sus tareas. El reto puso a prueba la capacidad de ingenieros, técnicos y equipos, diseñados para fines muy diferentes y utilizados con precisión en un tiempo corto. Cuando estas mismas condiciones concurren para ejecutar cada actividad humana, desde la más sencilla y humilde hasta la más compleja y fatigosa, los países progresan, la vida de la gente mejora y el mundo parece mejor y más amable. Esa es, al fin y al cabo, la gran enseñanza del rescate de los mineros en Chile: toda vida debe ser salvada y para ello no hay que ahorrar esfuerzos ni recursos. También confirmamos que el trabajo en equipo, sin egoísmos ni soberbia, logra objetivos casi imposibles. El regreso de los mineros desde el abismo donde la fatalidad los sepultó, nos permitió volver a creer en milagros, entender que las tragedias son pruebas que encaramos diariamente, unas pequeñas y otras abrumadoras, y que la mejor manera de reaccionar es desplegando lo que hay en nuestro corazón y dejando que la esperanza nos dote de habilidades y características que nunca creímos poseer. Aunque fue un esfuerzo colectivo, donde cada uno –rescatistas, técnicos y mineros atrapados-, fue más allá de sus propias capacidades, las figuras del presidente chileno Sebastián Piñera y del ministro de Minería, Laurence Golborne, se erigen como los símbolos del espíritu que no se rinde.

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