Editorial


Desmanes sin justificación

Como si los problemas de inseguridad, agresiones y asesinatos no fueran ya una carga pesada que debe soportar Cartagena, mientras se esfuerza por encontrar una solución eficaz, la ciudad también es víctima de la desaforada cólera de jóvenes integrantes de barras bravas que llegan de otra ciudad detrás de su equipo. Lo ocurrido el domingo pasado en el sector de Bocagrande es inaudito y altamente preocupante. Horas antes de comenzar el partido que el Deportivo Cali debía jugar con el Real Cartagena, un grupo bastante grande de hinchas del equipo visitante se encontraban en las playas, cuando observaron una valla que promocionaba al onceno local, lo cual desató su ira, que se dirigió indiscriminadamente contra todo lo que encontraron a su paso. La lluvia de piedras y palos destrozó los vidrios de tres vehículos, las ventanas de un kiosco y una pequeña reja de madera, además de causar minutos de pánico entre los bañistas propios y visitantes. Los vándalos se enfrentaron incluso a los agentes de Policía que fueron enviados para controlarlos y sólo después de un gran esfuerzo, lograron la detención de 90 hinchas del Deportivo Cali, 77 de los cuales fueron judicializados y deberán responder por los delitos de asonada y daño en bien ajeno. No hay justificación alguna para ese despliegue agresivo de simpatías futbolísticas y lo más grave es que en el caso de Cartagena los desórdenes se presentaron en un lugar bastante alejado del estadio Jaime Morón, que reúne además es un punto de encuentro de los miles de colombianos y extranjeros que nos visitan por esta época, lo que convierte a esta perturbación de la tranquilidad en un agresivo golpe a la imagen turística de la ciudad. El problema de las barras bravas, que protagonizan desmanes y peleas con heridos y hasta muertos, parece haberse convertido en una peligrosa amenaza que desborda la pasión puramente deportiva. La simpatía por un equipo no es sino la excusa que los vándalos y desadaptados utilizan para desatar su comportamiento violento y destructor. Sorprende que entre los participantes en los disturbios del domingo hubiera tantos menores de edad, gran parte de los cuales estaban en la ciudad en compañía de sus padres, lo que podría entenderse como una actitud tolerante con tan agresiva forma de expresar su apoyo a un equipo. Si 90 jóvenes que llegaron de otra ciudad pueden causar tantos problemas como los del domingo, es tiempo de reflexionar sobre lo que podrían hacer en el futuro, no sólo aquí, sino en otras ciudades del país, de no imponérseles una sanción drástica, que sirva de ejemplo y disuada a quienes piensen en el futuro comportarse así. Por fortuna, la gente de Cartagena sigue siendo mayoritariamente pacífica y prudente, pues si alguna persona irascible que estuviera en el sitio se le da por responder con la misma moneda la agresión de estos vándalos, las consecuencias hubieran sido más graves y dolorosas. Hay que reconocer que la Policía se comportó eficazmente, con energía pero con la debida prudencia, lo que permitió superar rápido el incidente. Pero no nos podemos quedar tranquilos porque estos disturbios son una alerta.

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