Editorial


Dos arterias, dos desastres

Cartagena tiene una geografía costera de islas y cuerpos de agua internos que la tocan y rodean, adornándola, pero a la vez le complican la movilidad porque sus vías tienen que conformarse a estas peculiaridades naturales.
Para rematar, la planificación aún es casi nula y se construyen edificios enormes sin prever –y sin importarle a nadie- que las nuevas viviendas atasquen más las vías, estrechas desde siempre, hechas para un villorrio de casas familiares y no para moles sobre lotes que en muchas partes van de una cuadra a la otra, amparadas por una reglamentación amañada.
La justificación del turismo, más allá de ser legítimo, respetable y con ánimo de lucro, es que genera mucho empleo formal e irriga a la economía. Pero también encarece los víveres, congestiona a la ciudad de todos y exige sacrificios de muchos que nada tienen que ver con él.  
Dada la estrechez vial de Cartagena, es indispensable maximizar el uso de las pocas rutas que tenemos para que la ciudad sea mucho más atractiva para sus visitantes, pero sobre todo -y mucho más importante- para que sea más amable con sus habitantes permanentes.
Es inconcebible que, ante las necesidades del turismo y de los habitantes locales, algunas de sus vías neurálgicas, como por ejemplo, la avenida del Arsenal, ruta principal para ir a Mamonal y al barrio de Manga, además de ser la sede del Concejo Distrital, sean dejadas al libre albedrío de los conductores particulares y de taxis, y que su organización dependa de personas informales que deciden dónde, cuándo y cómo se pueden aparcar los carros.
Además de la mugre generalizada, ya hay un hueco que cualquier día causará un accidente mientras alguien trata de esquivarlo, o porque cae en él. La avenida se degrada cada día más hacia la condición de muladar, a pesar de que es la Zona Rosa principal del casco antiguo, y de que es de tránsito forzoso para los usuarios del Centro de Convenciones, además de los usos descritos arriba.
Es inaudito el doble parqueo frente a los comercios a cualquier hora, sin importar los trancones, porque un conchudo se baja a San Andresito, a un cajero electrónico, a un bar, restaurante, o al Concejo. Los inquilinos del Arsenal deberían trabajar unidos por organizar esa calle, en vez de proteger solo sus intereses particulares de corto plazo, que ponen en peligro su viabilidad.
Otra vía cada vez más caótica es el Corredor de Carga, o de Acceso Rápido, que habrá que rebautizarla “de acceso peligroso”. Su informalidad es hermana gemela de la de la avenida del Arsenal, en donde cobran peaje por el privilegio dudoso de esquivar tractomulas, carros de mula, motos que se vuelan el separador central, y de ñapa, se rueda sobre secciones enteras de pavimento cubierto de barro, resbaloso cuando mojado, y rizado y también peligroso cuando seco.
Estos son apenas dos ejemplos entre muchos más de vías arterias cartageneras cuya informalidad las hace riesgosas, ineficientes y feas, y no mejoran con ninguna Administración, sino todo lo contrario.
¿Hasta cuándo?
 


 

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