Editorial


Dos caras de la misma moneda

El Establecimiento Público Ambiental (EPA) anunció ayer que había hecho operativos de control de ruido en Bazurto en compañía de la Policía Ambiental y Ecológica, donde decomisaron “cinco bafles, seis parlantes, 12 twitters y una regadera” en varios almacenes de ropa y textiles, uno de los cuales era reincidente al abusar de los decibeles permitidos. El ruido sigue siendo una de las contaminaciones peores de la ciudad –y de la Costa Caribe- y una de las más difíciles de controlar. Por eso es indispensable que las pocas normas que hay para proteger a la población de las lesiones del exceso de ruido, sean aplicadas hasta el tope y que los equipos siempre sean decomisados y ojalá nunca devueltos, sino destruidos para que jamás sirvan para repetir los desmanes que originaron su decomiso. El abuso del ruido no sólo proviene de equipos de sonido, aunque estos sean una de las fuentes principales, sino también –¡y parece increíble!- de aparatos creados especialmente para ese propósito: ¡hacer ruido! Es el caso del sistema de frenos de algunas busetas y buses, equipados para sonar artificialmente y sumarle ese nuevo escándalo al “normal” del propio vehículo. Así que además del ruido del tubo de escape, de la carrocería desajustada por dentro y por fuera, los pasajeros y transeúntes tienen que soportar nuevas formas de tortura auditiva producida a propósito. La falta de sensibilidad con respecto al ruido, que ya debería ser considerada y tratada como un problema grave de salud pública, es la otra cara de la moneda de un mal cívico al que los caribes también parecemos indiferentes: arrojar basuras a las calles y espacios públicos, donde nunca deberían ir. Ayer sábado había un gran espectáculo en las inmediaciones de La Tenaza, donde varias decenas de personas acompañaban a muchos aficionados a los barriletes y las cometas, muchas de las cuales daban bandazos en el cielo despejado. Pero el complemento a esta escena colorida y agradable era un mar de basuras en la zona verde entre las murallas y El Cabrero, en la que no cabía una sola bolsa o botella plástica más. Los elevadores de barriletes y cometas eran en su mayoría niños, además de los adultos que los acompañaban para enseñarlos y ayudarlos a contener a algunas de estas “naves” con demasiado poder para sus dueños. Todos parecían inmunes ante el basurero que habían creado. Peor aún, daban la sensación de estar habituados a convivir entre los desechos y parecían no notar algo anormal al estar casi nadando en ellos. Estaban enteramente a gusto en el lugar a pesar del caos vergonzoso que habían creado. Para ser justos, debemos decir que no vimos canecas en el lugar, lo que por supuesto, no es un pretexto para ese comportamiento vandálico. Así que el EPA y las demás autoridades deberían comenzar a multar y a reprimir estas anomalías tan perjudiciales en todo sentido, incongruentes con la calidad de vida que debería tener la ciudad para sus nativos y para sus visitantes.

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