Editorial


El arquetipo del jefe criminal

A diario aparece en los medios una noticia sobre la captura de 8 ó 9 miembros de una conocida banda criminal, o de su jefe territorial en algún rincón de Colombia, de manera que la ciudadanía comienza a preguntarse si es que la justicia los deja libres de inmediato o es que las bandas criminales tienen millones de integrantes.
Aunque no hay estadísticas confiables sobre el porcentaje de presuntos miembros de bandas criminales capturados que son dejados en libertad o cuyos procesos precluyen sin pena ni gloria, lo cierto es que los colombianos tenemos la impresión de que esa cifra es demasiado alta, como para que sirva de advertencia a quienes se dedican al crimen.
Sin embargo, hay otra circunstancia que hace prácticamente inmortales a las bandas criminales, y es que no pasa mucho tiempo después de que un miembro o jefe de estas bandas es capturado o muerto, cuando ya hay un reemplazo de igual o mayor crueldad.
Y es por eso que debemos preguntarnos por qué en el país hay tal cantera inagotable de criminales, de manera que pueden alimentar permanentemente las empresas fuera de la ley sin que su estructura o su infame tarea se afecte demasiado.
De hecho, una gran parte de los jefes o miembros rasos de las Bacrim mueren a manos de sus colegas en la misma banda o de sus enemigos en la banda rival, debido a las disputas o a las venganzas, así que la dinámica del oficio criminal es tan frenética que precisan una fuente de personal siempre dispuesta al suministro.
En esa lógica frecuente del refrán “A rey muerto, rey puesto” en las organizaciones criminales, y sin que haya tiempo de preparar los reemplazos debidamente, la única conclusión posible es que ciertos sectores de la sociedad colombiana se encargan de oficio de esa tarea preparatoria.
Lo que parece más aterrador es que los jefes y miembros rasos de las bandas, asumen la tarea de reemplazar a quienes salen de escena con el convencimiento de que en cualquier momento les tocará también salir, pues su perverso oficio tiene como esencia la muerte ajena o propia.
Entonces, cuando un jefe reemplaza al que murió o fue capturado, no sólo lo asumen con la embriaguez del poder que reciben, sino con la locura que les impone la necesidad de cometer todo tipo de atrocidades, con lo cual la espiral de violencia y muerte es interminables y creciente.
Es posible que las estrategias contra las bandas criminales se hayan concentrado en la represión de quienes cometen crímenes atroces que acompañan la práctica de otros delitos como narcotráfico, robo y extorsión, descuidando otros ángulos, como este de la fuente inagotables de “recursos humanos” para mantener la estructura ilegal en funcionamiento.
Vale la pena extender la labor de asistencia a los jóvenes en riesgo, para convencerlos de la cruel ironía de la empresa criminal, que les permite ir adquiriendo poder y dinero, y cuando ya lo tienen en buena cantidad, son muertos para dar paso a otro que viene con las mismas ambiciones.
Hay que quitarle el velo romántico y valeroso que tiene el capo y que se ha vuelto arquetipo gracias, en gran parte, a las telenovelas y películas que los muestran ampliamente con el pretexto de que esa es nuestra realidad y hay que ocuparse de ella.
Va siendo hora de glorificar otros ejemplos, esos sí virtuosos y edificantes en nuestro país.

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