Editorial


El camino es la desmovilización

Tras la muerte del comandante de las Farc, Alfonso Cano, la primera satisfacción que deben sentir los colombianos es la certeza de que las Fuerzas Militares han logrado un nivel de eficiencia extraordinario, especialmente en las tareas de inteligencia y tácticas sigilosas, y han superado antiguos celos entre instituciones para trabajar como un solo equipo.
La cuidadosa tarea de planear la operación “Odisea” y su meticulosa ejecución, superando el riesgo de minas o trampas explosivas en los abruptos e inexpugnables territorios de la cordillera caucana, muestran que nuestras tropas se han modernizado, han elevado su destreza operativa y han logrado un nivel grande de calidad estratégica.
Esta certeza nos permite ser optimistas sobre el futuro de las Farc y de los demás grupos armados ilegales que operan en Colombia, y nos da la esperanza de esa paz que hemos buscado durante tanto tiempo.
La muerte de Alfonso Cano en combate no sólo priva a las Farc de su comandante máximo y de uno de los últimos miembros del secretariado que podía garantizar la cohesión de esta guerrilla, sino que infunde entre sus militantes una desmoralización de la que tardarán mucho tiempo en reponerse, pues se derrumbó el mito de la invencibilidad de quien fuera un legendario líder que se formó de la mano de Manuel Marulanda y Jacobo Arenas.
Además, la muerte de Cano se suma a otras muertes, la mayoría en combate, de líderes importantes de las Farc,  como Raúl Reyes, Iván Ríos, el Mono Jojoy, y de importantes cuadros que mantenían funcionando el aparato bélico, de manera que puede decirse que su estructura ha quedado seriamente averiada, aunque sería un error pensar que se encuentra ya derrotada.
El problema es que, a pesar de que un líder como Alfonso Cano es determinante para la cohesión de los distintos frentes hacia el objetivo común y de largo de plazo de tomarse el poder, el esquema organizativo colegiado de las Farc que es el secretariado, y la gran cantidad de hombres que mantiene todavía en armas, son obstáculos difíciles de vencer, para decir realmente que se logró poner fin al conflicto.
Para la dinámica del conflicto, no importa quién reemplazará a Cano, porque en las Farc no puede hablarse de alas moderadas y bélicas, como lo demostró el mismo líder abatido, de quien todos decían que era partidario del diálogo y sin embargo orientó la etapa más beligerante y agresiva de esa guerrilla.
El que reemplace a Cano tendrá que asumir sus funciones con la misma habilidad y carisma, tal como Cano debió asumir las de Marulanda, y una de esas funciones es dirigir y procesar los debates internos.
Esta versatilidad en el liderazgo le da a las Farc su enorme capacidad de supervivencia.
Sin embargo, también podría ser que tras la muerte de Cano se produzca una atomización, una fragmentación en la que cada frente quiera operar por su cuenta, con lo cual se rompería la estructura monolítica que ha sido la mayor fortaleza de las Farc.
En cualquiera de estos dos escenarios, el futuro de las Farc no parece promisorio, pues el propio presidente Santos anunció que no se bajará la guardia y, por el contrario, se redoblarán los esfuerzos contra el terrorismo.
Así que lo mejor que pueden hacer los guerrilleros es desmovilizarse y reintegrarse a la institucionalidad.

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