El Centro de Convenciones Cartagena de Indias (CCCI) se convirtió en una espina en la piel de Proexport por motivos diversos. Desde un principio, el CCCI se concibió para atraer gente y eventos a Cartagena y a Colombia, y no como un negocio en sí mismo: ese es más o menos el esquema de todos los centros de convenciones del mundo. Suelen ser propiedad de la ciudad en donde están, se espera que dinamicen la economía local y que las utilidades le entren a las arcas a través de los impuestos que pagarán las empresas cuyo nacimiento estimularán los centros, aunque estos inmuebles den pérdidas. En el caso particular del CCCI, nunca podrá ser rentable para Proexport si se tiene en cuenta el retorno de la inversión, porque está sobre unos 34 mil metros cuadrados de la propiedad raíz más cara de Colombia y de muchas partes del mundo. Por otro lado, inmuebles como este sufren un desgaste enorme por razones obvias, y exigen mucho dinero no sólo para mantenerlos, sino para actualizarlos tecnológicamente, cosa que el CCCI pide a gritos desde hace varios años. El CCCI ha sido tan exitoso que desarrolló la hotelería de aquí, incluidos otros centros de convenciones, y estableció a Cartagena como destino para eventos, reuniones y congresos, de manera tal que crió los cuervos que –afortunadamente para la ciudad- ahora le sacan los ojos al CCCI, pero le tributan al Distrito. Sin duda Proexport se siente muy irritado con el Distrito –especialmente el Concejo- porque a pesar de que mantiene el elefante blanco que es el CCCI para beneficio de Cartagena, la ciudad, en una muestra de miopía olímpica, insiste en cobrarle impuestos, impidiendo que le puedan invertir más del dinero que necesita y que se traga a borbotones. No es extraño entonces que Proexport quiera desembarazarse del CCCI, que le abre un agujero profundo en su balance, sin que la ciudad se lo agradezca. Nos parece difícil que Proexport pueda encontrar un operador privado para esa mole, y que encima de todo, tendrá que pagar unos impuestos exorbitantes bajo todo punto de vista, y mayores a los de ahora. Proexport tendría que cederlo por nada, y encimarle algo al operador para que –quizá- se embarque en esa “empresita”. El Distrito podría ser socio de un operador privado, pero tendría que aportar dinero, quizá por la vía de la exención de los impuestos que el Concejo no quiere perdonar, y aportarla como su capital. También cabe la posibilidad de que la concesión le sea otorgada a algún gigante del interior, como por ejemplo, los centros de convenciones de Cali o de Medellín, que tienen intención de participar en la licitación. Y ahí sí que la ciudad quedaría “arreglada”, con su mejor centro de convenciones y mayor imán de eventos manejado por su competencia. Aunque lo anterior parece una película de terror, en Cartagena podría pasar de todo por la indolencia de sus dirigentes.
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