Editorial


El Centro Histórico

¿Por qué salieron de San Diego, el Centro y Getsemaní numerosas familias tradicionales para habitar en otros sitios de Cartagena?
La mayor parte porque la estratificación los puso a pagar tarifas muy altas de servicios públicos, el mantenimiento de sus propiedades centenarias es ruinoso, y el impuesto predial está fuera del alcance de familias de clase media con ingresos limitados.
La pregunta ahora debería ser si un barrio histórico mantendrá su esencia aunque no lo habiten sus ocupantes tradicionales y si es malo que parte de su superficie sea para usos comerciales o institucionales.
Ese territorio entre las murallas al que se conoce como Centro Histórico está formado de calles, plazas y edificaciones que en la Colonia tenían cuatro usos principales: habitación, sede de las estructuras gubernamentales, sede de las tropas y sede religiosa. Un quinto uso fue el comercial, aunque generalmente, los negocios funcionaban en las viviendas.
La dinámica del desarrollo urbanístico hace inevitable que los dueños de las edificaciones en un sector histórico cambien su uso para ir en armonía con el progreso. Es el caso de los monumentos patrimoniales, que en todo el mundo se usan, con las precauciones naturales para garantizar su conservación, para albergar cafés, museos o tiendas artesanales o artísticas.
Cuando empezaron a funcionar en Cartagena bares o restaurantes sobre la muralla o en edificaciones de valor histórico, muchos protestaron, pero pronto se dieron cuenta de que -aunque hay abusos- era la mejor manera de lograr su preservación y darles vida, a través de concesiones que le exigían al beneficiario hacer mejoras y obras de mantenimiento.
Es cierto que un barrio histórico lo forman de manera indisoluble las casas, calles, plazas y parques, con las familias que viven y las que trabajan allí.
Pero eso no significa que haya que mantener de forma inflexible la misma distribución de los usos, porque se desconocería el valor del presente, con su imposición de necesidades espaciales urbanas, que serán históricas en los años futuros.
Lo ideal, a juicio de muchos urbanistas, es que los aportes de cada época se vayan integrando a un espacio histórico, sin destruir el patrimonio, sino por el contrario, ayudando a fortalecerlo y a revivirlo, integrándolo a usos modernos.
El Gobierno distrital estableció incentivos y alivios tributarios para los propietarios de inmuebles en el Centro Histórico, con el fin de ayudarlos a llevar la carga de mantenimiento que requieren. Eso tendría que estimular un porcentaje de uso habitacional nativo en este sector, sin cuya gente el Centro sería fantasmagórico. Parte grande de su encanto son sus habitantes.
Pero no es realista pretender que estos lugares se mantengan inalterables a los desarrollos actuales y futuros, lo que no le resta legitimidad a los clamores nostálgicos por las pérdidas irrecuperables. Muchos venden sus casas porque así pueden comprar otras modernas, cómodas, de poco mantenimiento, y les queda dinero. Es una tentación difícil de resistir.
En Cartagena, el Centro Histórico se ha conservado mucho, y corresponde a los cartageneros asegurarse de que siga siendo así, sin frenar los cambios naturales en el crecimiento de toda ciudad, pero sin quitarle el encanto de su gente.

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