Editorial


El combate contra el ruido

Hemos dedicado mucho espacio aquí a combatir el exceso de ruido porque es un problema gravísimo de salud pública, y porque disminuye notable y agresivamente la calidad de vida de una ciudadanía inerme. Hay algunas actividades nocivas que requieren habilidades, esfuerzos y riesgos personales considerables, como atracar bancos, negocios o viviendas, o ser raponero, pero hay otras –como producir ruido con un equipo de sonido-, que las pueden hacer hasta los niños con casi ninguna destreza especial, más allá de presionar botones. Por eso hay que aplaudir cuando alguna de las dos entidades ambientales con sede en Cartagena actúa a favor de la ley y la ciudadanía. El sábado 24 de abril, el Establecimiento Público Ambiental (EPA) emitió un boletín informando que había sancionado a cinco establecimientos por exceso de ruido, según se define en el Decreto 948 de 1995, y en la Resolución 0627 de 2006, que es aún más específica. El Ministerio de Ambiente desarrolló una serie de normas definiendo cuánto ruido es permitido en cuáles lugares, y es responsabilidad de la autoridad ambiental, con la ayuda de la Policía y las autoridades municipales o distritales, hacerlas cumplir. La ciudadanía, por supuesto, tiene que informar acerca de estas anomalías, y exigir que sean erradicadas. La Resolución 0627 de 2006 establece, por ejemplo, que el ruido en las “Zonas residenciales o exclusivamente destinadas para desarrollo habitacional, hotelería y hospedajes”, además de “Universidades, colegios, escuelas, centros de estudio e investigación”, no puede exceder 65 decibeles de día y 55 decibeles de noche. Para “Hospitales, bibliotecas, guarderías, sanatorios y hogares geriátricos”, los decibeles máximos diurnos son 55, y los nocturnos 50. Y es precisamente en varios de estos sitios donde el ruido sacude más la vida diaria de la gente. Un comunicado llegado ayer a El Universal de la Clínica Rivas (“Los jóvenes expuestos a ruido están perdiendo la audición”) asegura que “escuchar música a 85 decibeles o más es suficiente para producir una pérdida leve de audición permanente (hipoacusia), que se agrava con la edad. Incluso, les adelanta la sordera propia de la vejez”. Otros daños del ruido entre los jóvenes –según la Clínica Rivas- son los “efectos en el sistema cardiovascular (aumento de la presión arterial y colesterol), secuelas mentales y en el rendimiento, irritación en los hogares e interferencia en las labores cotidianas”. Es entonces increíble que las autoridades no hagan mucho más por evitar los abusos con los equipos de sonido en los barrios de estratos altos y zona turística, pero sobre todo, en las barriadas populares, donde los picós bombardean cuadras enteras, traslapándose el sonido del uno con el del otro, creando un rugido colosal en la ciudad, como el de cualquier fiera peligrosa. Poco servirán los megacolegios que construye el Distrito si no dedica un presupuesto, personal, y equipos suficientes para hacerle la guerra en serio y masivamente al exceso de ruido en todas partes.

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