Editorial


El desprecio del pueblo

La polvareda levantada por la Reforma a la Justicia, afortunadamente recién hundida, aún no se asienta, aunque todos los involucrados desearían pasar la página rápidamente. Los colombianos no olvidarán lo ocurrido así no más a pesar del alivio nacional de que el esperpento fue expuesto y derrotado.
El Congreso de la República, que ya era visto muy mal por los colombianos, ahora tiene encima una fumarola de sordidez que no se dispersará fácilmente. Oír los discursos de la mayoría de los oradores y palpar el significado de su actitud, gestos y manoteos –más allá de sus palabras vacuas- era “recontraprobar” lo que ya sabíamos. Con pocas excepciones, ¡estamos muy mal representados!
La fetidez de la manguala entre aquellos que legislaron a favor propio y de algunos personajes de las altas cortes, tampoco se disipará por mucho tiempo. Se derrumbaron los pocos mitos que aún quedaban y aterra el sentido de orfandad de la población colombiana.
También quedaron expuestos los amigables componedores de la Cámara y del Senado, sus respectivos secretarios, quienes además de ganar cantidades obscenas de dinero, manejaban la contratación de sus respectivas instituciones, incrementando la indignación de la gente de Colombia. Y encima de todo, la “reforma” los blindaría jurídicamente, pudiéndose equivocar de bolsillo con mayor contundencia y tranquilidad.
El presidente Santos intentó dejar atrás su responsabilidad y pasar a la cotidianidad lo antes posible, pero las encuestas lo ajustaron a sus justas proporciones y las rechiflas de los estudiantes del Campus Party lo terminaron de rematar, recordándole el precio altísimo que tendrá que pagar no solo para recomponer y reaceitar sus mayorías fracturadas y resentidas en el Congreso, sino para recuperar la credibilidad de los colombianos.
La luna de miel se acabó no solo por el fiasco de la Reforma y por el castigo de las encuestas, sino porque los indicadores económicos comienzan a decrecer y se encienden las luces de alarma a medida que el teflón económico del país comienza a desgastarse ante la crisis económica mundial.
Esto no es culpa de Santos, quien ha hecho lo posible por salvaguardar la economía del país, pero se sumará a los factores que harán de la reelección una empresa cada vez más difícil, aunque en política nada sea imposible.
Le quedará al Gobierno y al Congreso la dificultad de lidiar la rabia sorda y la frustración de la mayoría del país por no poder castigar con contundencia inmediata a los culpables de la vergüenza y del intento de atraco, y estará ávida de hacerlo en las urnas y quizá a través de la revocatoria del propio Parlamento. No se saben las formas que podría tomar la indignación colectiva ante la indignidad de su dirigencia. Habrá quizá una “calma chicha” de la que puede nacer la tormenta en cualquier momento.
El gran ganador de todas maneras ha sido el pueblo colombiano porque frenó el entuerto, haciéndose oír y respetar, y porque conoció más a fondo el descaro de quienes le piden su voto cada cuatro años. 

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