Editorial


El dilema de las motos

Ayer publicamos en El Universal las quejas de los mensajeros en moto, que son un gremio asalariado, formal y respetable que vive de sus vehículos, pero que dice sufrir mucho con las restricciones distritales, no sólo porque hay dos días sin moto al mes (segundo y último viernes), sino porque no pueden entrar al Centro Histórico. La crisis que le han causado las motos al tránsito automotor en Cartagena es enorme, especialmente las que prestan un servicio ilegal y multitudinario como el mototaxismo. La característica predominante de estos motociclistas que queda en la mente de la mayoría de las personas es su irrespeto por todas las reglas de tránsito, el sentido común y la decencia. No hay calle suficientemente grande ni congestionada para evitar que se atrevan a andarla en contravía, o hacer cruces diagonales también en vía contraria, ni acera que no les sirva de calzada, ni “cebra” por la que no pasen, esquivando peatones en actos de malabarismo sobre dos ruedas, y mejor si es con pasajero a bordo. Tampoco hay objeto que no se atrevan a cargar, desde una mecedora hasta un tanque para agua. Las ventas de motos son legales y respetables, además de que estos vehículos son económicos y obviamente menos contaminantes que un carro en términos individuales, aunque la suma de sus más de 40 mil motores solo en Cartagena podría contaminar tanto o más que una flotilla de buses sin certificado de gases. Las motos pueden ser defendidas como el vehículo de los pobres, porque además de económicas, entran y salen sin dificultad por unas calles pésimas, imposibles para vehículos normales de transporte público con cuatro ruedas. Es la primera vez que los pobres tienen servicio puerta a puerta. Todo el mundo sabe –especialmente las autoridades- que la mayoría de las motos que salen de estos establecimientos respetables, formales y que pagan impuestos, entrarán a la actividad ilegal del mototaxismo, que dicho sea de paso, tiene algunos empresarios propietarios de flotas de mototaxis tras bambalinas explotando un negocio lucrativo con mano de obra casi regalada y sin prestaciones sociales. Como si la barbarie de los mototaxistas fuera poco al ponerse en peligro ellos mismos y a sus pasajeros, como lo demuestran las estadísticas desbordadas de accidentes y muertes, los asesinos a sueldo y atracadores de distinto pelambre tienen a las motos como su vehículo predilecto para dar el golpe y huir, incrementando la satanización de este vehículo. El mototaxismo es uno de los síntomas más visibles del fracaso del Estado y también de las dualidades de la vida colombiana, donde legalidad e ilegalidad existen juntas y se nutren la una de la otra. Como las ventas informales, las mototaxis existen porque hay clientela, que en este caso está dispuesta a usarlas a sabiendas del peligro que corre. La única manera de recuperar las calles, aceras, cebras y parques para los vehículos normales, los motociclistas serios (como los mensajeros) y los peatones, es que Transcaribe sea un éxito, para que las mototaxis se vuelvan innecesarias. Ahí sí podría la autoridad recuperar el terreno perdido, que es enorme, para erradicar el flagelo público de las mototaxis

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