Editorial


El eterno retorno del invierno

De nuevo, con una inexorable precisión, el invierno comienza a causar grandes desastres en muchos puntos de la geografía colombiana.
Y como el país no aprende, las noticias que nos llegan por estos días son las mismas que nos llegaron el año pasado, y el anterior, y el anterior al anterior: inundaciones, damnificados, avalanchas, derrumbes, vías cerradas, casas sepultadas, taponamientos, desaparecidos y muertos.
Hace más de medio siglo que pasa y aunque cada vez que llega el invierno volvemos a decir lo mismo, queda la impresión de que Colombia se encuentra atrapada en un círculo de eterno retorno, porque a nadie se le ha ocurrido actuar con decisión para que la experiencia acumulada de catástrofes nos permita por fin impedir que regrese la devastación.
En muchos puntos de nuestra geografía abrupta y a veces impenetrable comenzaron ya a ocurrir las tragedias del invierno. Una quebrada cerca de Manizales se desbordó, provocando una avalancha que arrastró un bus y causó 18 muertes; varias poblaciones ribereñas del Cauca se inundaron, obligando al éxodo de sus moradores; los embalses, como el de Prado en el Tolima, llegaron a sus niveles de saturación y pronto engrosarán el caudal enfurecido del río Magdalena, amenazando a decenas de poblaciones a lo largo de su recorrido, incluyendo zonas del departamento de Bolívar.
Este año, la única novedad relacionada con el invierno parece ser una discusión semántica suscitada por quienes argumentan que como nuestro país y otros del trópico no tienen formalmente estaciones, no es lícito hablar de ola invernal, ni siquiera de invierno, sino de temporada de lluvias, como si esta distinción idiomática pudiera servir para frenar su embate devastador o pudiera mitigar los efectos catastróficos sobre cientos de poblaciones y el drama de miles de colombianos.
Llámese ola invernal o temporada de lluvias, el clima comienza a dibujar un panorama difícil en esta Semana Santa, sobre todo porque las pocas medidas de prevención que se han tomado parecen insuficientes para frenar lo que se pronostica como un drama de proporciones gigantescas.
Todavía muchos damnificados de la pasada emergencia siguen en la incertidumbre, y todavía muchas poblaciones inundadas siguen sufriendo los efectos perjudiciales.
Hay muchas razones para estar preocupados, pero obviamente nada ganamos con seguir quejándonos de la indiferencia del Estado, pues la única estrategia que podría servir de algo es la movilización urgente de recursos y esfuerzos para que las poblaciones que no han sufrido el azote de las inundaciones y las avalanchas estén lo suficientemente protegidas frente a un invierno (o temporada de lluvias) que se prevé intenso y prolongado.
A los constructores de obras públicas como puentes, vías y diques, debe exigírseles responder cuando colapsan con el invierno crudo, porque eso significa que a pesar de tantos años en la misma situación, siguen haciéndolas sin   aplicar normas que tengan en cuenta el efecto de la lluvia, que cada año se agravará en virtud del cambio climático que experimenta el planeta entero.
Y a los gobernantes imprevisivos debe sancionárseles con rigor, porque sus omisiones ya han costado muchas vidas.

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