Editorial


El líder comunal

No es fácil desempeñar el rol de dirigente comunal en una ciudad como Cartagena, sobre todo si se ejerce en un barrio pobre y con índices bajos de escolaridad entre sus habitantes. Esto último (lo de la escolaridad) se afirma, tal vez, por la costumbre de relacionar la pobreza con el analfabetismo y el poco acceso a una ilustración mediana, porque a la hora de la verdad esa característica era notable en las barriadas paupérrimas de hace 50 años. Hoy, mal que bien, hasta los más necesitados tienen ciertas posibilidades de alcanzar alguna estructuración académica que sirva como peldaño para proyecciones futuras que tengan que ver con el progreso material y espiritual. Pero lo que sí persiste —tanto como hace medio siglo— es la apatía de los más pobres en eso de participar en los procesos comunitarios que finalmente redundarán en beneficios para ellos mismos, sin que eso nos impida reconocer que siempre tendrán como enemigas a las deficiencias del Estado. Capacidad de reclamo y poca participación: he aquí los dos escollos contra los que debe luchar todo ciudadano que se aventura en la idea de encabezar una junta de Acción Comunal, aunque es obligatorio resaltar que en algunos barrios de clase media esa aventura ha sido exitosa, debido a que los residentes entendieron temprano que los intereses comunes están por encima de los particulares. Desafortunadamente, la gran mayoría no solo no comparte esa premisa, sino que ni siquiera sospecha que existe. Y cuando el líder comunal trata de hacérsela entender, con palabras y hechos, de inmediato surgen los problemas. Hay historias de trabajadores cívicos que comenzaron su misión con toda la energía del caso y terminaron fundiéndose en la espesura de la rutina que le transmitieron sus propios vecinos. Es decir, se cansaron de intentar alguna revolución que los llevara hasta buen puerto. Aunque también se pueden contar las historias de otros líderes, quienes, a sabiendas de las adversidades que les esperaban, terminaron siendo (y siguen siendo) ejemplo de cómo unificar tantos criterios disímiles hacia el objetivo sagrado de que todos resulten favorecidos. Otras historias dan cuenta de líderes que no están dentro de los emprendedores ni dentro de los que se dan por vencidos fácilmente, sino en el lado oscuro de la labor comunitaria. Son ellos los dirigentes corruptos, especialistas en triquiñuelas para engatusar a sus propios vecinos y en servir de resorte a los políticos de baja estofa que necesitan los votos de los incautos e ignorantes de siempre. Con todo, el dirigente comunal —y hay pocas excepciones— es uno más de esos héroes anónimos que sólo conocen los habitantes del barrio, por el sólo hecho de ver en él a una especie de panacea de lo social, aunque los agradecimientos falten en el momento en que la historia decide hacer los balances. Muchos de esos líderes, mujeres y hombres, (aún recibiendo amenazas) opinan que su trabajo es gratificante, porque alguien tiene que hacer las cosas, así sea en las peores condiciones.

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