Editorial


El mito de los picós

Con motivo de la prohibición de los picós en algunos barrios por parte del Distrito, vuelven a emerger ciertos lugares comunes que se repiten hasta la saciedad, tratando sus auspiciadores de convertirlos en paradigma incontrovertible a través de la iteración. Según esta interpretación tendenciosa de la vida regional costeña, los cartageneros somos una gente alegre y ruidosa, y no sólo nos encanta la música y el baile –que es cierto- sino que no podemos vivir sin los picós –que es mentira-, y que su estrépito es parte de nuestra “cultura” –que es una mentira aún mayor. Si acaso, los picós son la quintaesencia de nuestra incultura, muy ramplona y abusiva en este caso, en el que una minoría alzada le impone a la mayoría indefensa (que no podía chistar ni tenía donde acudir antes del EPA de Rafael Vergara Navarro, y ahora de Ruth Lenes) un estropicio infernal que desmejora el ambiente y la salud pública. No dudamos de que en Cartagena y en cualquier ciudad de la Costa Caribe, y quizá del país y hasta del mundo, haya gente que le guste la música estruendosa por unas horas algunas veces al año, pero también tenemos la certeza de que es una minoría, sobre todo la que la reclama todos los días de todos los fines de semana. ¿Qué pasa en Cartagena? En primer lugar, que hay unos empresarios de los picós que viven de ese estropicio y de los negocios paralelos, como la venta de trago, y a veces de otras cosas, según la Policía, y mientras más ruido haya y más tiempo dure, más dinero ganan. Así que esos hablarán de la “cultura popular costeña” para justificar su negocio, y quienes se opongan serán tildados de elitistas, y hasta de racistas. Muchos de los picós de los barrios de Cartagena son frecuentados por personas buenas, pero también por malandros que amedrentan a quienes se quejen del ruido, y las mayorías indefensas tienen que aguantarse este abuso durante varios días seguidos, usualmente los fines de semana, cuando quisieran descansar sin tener que protegerse la caja torácica y los tímpanos de la intrusión bárbara de los bajos. Un entrevistado le dijo a RCN Radio ayer que no le gustaba la medida del Distrito, que permite decomisar equipos abusivos aun en casas particulares, porque es costumbre salir a la terraza con el aparato familiar los sábados en la tarde y noche a tomarse unos tragos. Este señor estaba disgustado –además- porque acababa de comprar un equipo más grande, es decir, más ruidoso, y quería usarlo en su propiedad privada, que se entiende inviolable. Pero este también es un argumento falaz, porque si bien el equipo está en una casa de propiedad privada, la música no se queda allí, sino que invade la propiedad privada de todos los vecinos, envilece el ambiente, y les viola a todos el derecho al descanso. Esto no sólo es un abuso, sino que es contra la ley. La prohibición no se debería limitar a los barrios populares, sino a todos los estratos, incluyendo a los negocios del sector turístico que se sienten con licencia para violar la ley.

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