Editorial


El mundo seducido por fábulas de príncipes

Se calcula que más de 2 mil millones de personas en todo el mundo presenciaron la transmisión en directo por televisión de la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton realizada con toda la pompa de la realeza británica ayer en Londres.
No es simplemente la boda del nieto de la reina Isabel II, sino la del futuro rey de Inglaterra, lo que explica el interés enorme que despertó el acontecimiento en todo el planeta.
Por supuesto, los primeros fueron los propios británicos, que a través de unas 5 mil fiestas a lo largo y ancho de su territorio, con bandas, tortas y banderines, demostraron que todavía son partidarios entusiastas de la monarquía, a pesar del resquebrajamiento que muchos le detectan.
Desde Estados Unidos, una nación joven, paradigma de la democracia republicana, que se supone ajena a las veleidades de la realeza, miles de ciudadanos viajaron especialmente para estar junto a más de un millón de espectadores frente al Palacio de Buckingham, porque están fascinados, igual que medio mundo, con los protocolos majestuosos que llevan siglos de antigüedad y las historias de príncipes y princesas salidas de cuentos de hadas.
En la ceremonia, por cierto, hubo una combinación de tradición rigurosa y modernidad, de estilos sobrios con toques incongruentes y de la importancia que tiene la alta costura en los protocolos monárquicos.
Lo más curioso es que muchos de los que se consideran demasiado lúcidos como para ocuparse de acontecimientos tan frívolos, no pudieron evitar ser arrastrados por esa oleada de boda real, presente sin remedio en todos los lugares.
“El acontecimiento del siglo”, definieron la boda millones de personas, y seguramente, en términos de lo que simboliza, puede ser considerada así, aunque en la práctica un rey de Inglaterra poco puede cambiar la historia del mundo, ni siquiera la de su país como ocurría dos o tres siglos atrás.
La realeza en Gran Bretaña, y en los países de Europa donde sobrevive, se limita a ser una figura decorativa, que a través de la pompa, la elegancia y el despliegue de magnificencia, intenta recuperar las primaveras antiguas en las que podía decidir el rumbo de continentes enteros. También son una empresa turística que atrae millones de personas del resto del mundo, muchas de éstas lectoras ávidas de las revistas de la alta sociedad global.
Es justamente esa nostalgia de la suntuosidad lo que cautiva al mundo, que en una época tan pragmática, tan racionalista, tan apegada al lucro y la riqueza, está necesitado de sueños de apariencia imperecedera, donde aún sea posible el amor de fábula entre un príncipe y una plebeya que lo conquistó con su belleza y su dulzura.
Seguramente muchos de los que voltean el rostro con frialdad cuando les hablan del hermoso vestido de novia de Kate Middleton o les recuerdan el beso tímido y tierno que se dieron los ahora duques de Cambridge, no sólo madrugaron a ver la boda por televisión, sino que dejaron salir una lágrima furtiva.
Es que el mundo todavía cree en leyendas fabulosas y se ilusiona con reinos magníficos, para escapar por un momento de la dura realidad diaria.

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