Editorial


El otro tráfico de especies

Ayer publicamos en El Universal que la Policía intensificaría el control sobre el tráfico de especies silvestres, sobre todo por la tradición de los habitantes de la Costa Caribe de comer hicoteas en Semana Santa.
El tráfico de especies tiene alguna publicidad en esta época, aunque el de Semana Santa es quizá mucho menos dañino que el del resto del año, y que incluye peces exóticos vivos, aves llamativas de nuestras selvas, distintas clases de micos, entre otras especies apetecidas como mascotas en otros países.
En la Costa Caribe, comer huevos de iguana es una tradición que empieza con el verano, justo antes de que desoven. La práctica es brutal: se capturan las iguanas a pedradas lanzadas con hondas (“caucheras” en el interior) y una vez caen atontadas, comenzará su calvario.
A las iguanas les rajan el vientre y les sacan los huevos, obviamente sin anestesia. Luego de hervidos en agua de sal, cada huevo será amarrado por la mitad y unido a muchos otros en unas sartas de distintas longitudes. La iguana será liberada para morir a las pocas horas, destrozada por dentro.
A las icoteas se las captura en los humedales casi secos, que eran normales de la época antes de La Niña, mediante el llamado “tuntuneo”, que consiste en ir lanceando el fondo de las ciénagas con un palo armado con un clavo en la punta, hasta que el sonido seco del caparazón delata al animal, que será echado en un saco. Las icoteas serán guisadas en coco y comidas durante los días santos.
Antes de que hubiese sobrepoblación ni deforestación, ni un mercado urbano masivo entre los desarraigados rurales de los barrios marginales, ninguna de las dos prácticas amenazaba la supervivencia de estas especies, contrario a lo que ocurre hoy, cuando más que una delicadeza de la temporada, suplen el déficit rural y urbano de comida.
El control del tráfico de especies en Semana Santa se limita a las carreteras, lo que de todos modos es un control importante, y de no hacerse, el saqueo del recurso sería mucho peor. Será muy difícil convencer a una gente llena de necesidades y con hambre de que abandonen estas prácticas, parte importante de la cultura ancestral del Caribe colombiano.
Es irónico oír hablar a la gente “educada” de las ciudades, del “salvajismo” de quienes cazan iguanas, icoteas, conejos, venados, armadillos, guartinajas y otras especies silvestres para comer, sin caer en cuenta de que en las cocinas privadas y restaurantes más sofisticados de Cartagena y del país hay un tráfico de especies mucho más censurable porque sus practicantes son gente “bien”: las langostas juveniles.
La Policía también haría bien en visitar las proveedurías de las Islas del Rosario, y las pescaderías y restaurantes de la ciudad, regla en mano, a ver si las “colitas de langosta” anunciadas en la lista de productos y en el menú tienen la longitud mínima prevista por la ley.
Esta depredación, distinta a la de iguanas e icoteas, ocurre todo el año, amenaza la especie, y nadie se da golpes de pecho por ella.

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