Editorial


El país del fútbol indescifrable

Gabriel García Márquez dice en su texto “Por un país al alcance de los niños” que Colombia es “una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad” y añade con clarividencia terminante: “Nuestra insignia es la desmesura”.
Nada mejor para ilustrar esta desmesura y esta convivencia con lo inverosímil que la Selección Colombia de fútbol, de la que todos estamos pendientes y sobre la que todos opinamos como si fuéramos expertos.
Cada vez que Colombia participa en un torneo internacional o en las eliminatorias para un Mundial, comienzan a tejerse mitos y fantasías que distan mucho de nuestra realidad, patética y cruda.
Esta vez ocurrió igual. Tras el primer partido, que nuestro equipo ganó como visitante en la inexpugnable altura de Bolivia, muchos creyeron que empezaba una nueva era en la que los jugadores de la Selección mostraban su hambre de gol y que con ese impulso íbamos con seguridad al Mundial de Brasil.
Era un júbilo inexplicable, porque los errores en el campo fueron evidentes y quedaba claro que Colombia no era un equipo sino una suma de jugadores, y eventualmente a uno de ellos se le podía encender la chispa y lograr un buen resultado coyuntural.
Pero la eliminatoria es un camino largo y difícil, en la que no se puede confiar en los resultados coyunturales, sino en un trabajo serio, permanente y dedicado.
Tras los sucesos escabrosos en que estuvo involucrado el anterior técnico, Hernán Darío Gómez, cuyo sistema de juego ya no se emplea en casi ningún lugar del mundo, los dirigentes del fútbol colombiano perdieron un tiempo valioso anunciando la contratación de un técnico extranjero, y cuando se dieron cuenta de que les iba a costar, decidieron apostar a Leonel Álvarez, extraordinario jugador, pero sin experiencia para dirigir.
El resultado no puede ser más elocuente: en el partido contra Venezuela se vio que no había una estrategia definida, que ni siquiera había un esquema para que los jugadores se pararan en la cancha. Vino un gol providencial de Guarín y parecía todo solucionado. Pero la pasividad, la incertidumbre de unos jugadores que no saben a ciencia cierta a qué juegan, nos costó un empate que pudo ser derrota.
Ayer, la situación fue peor, porque sin mayores argumentos ofensivos, Argentina, que no es ni sombra de lo puede ser teniendo jugadores de tanta calidad, logró tener el balón casi todo el tiempo, agotó a los colombianos aunque se suponía que los agotados por el calor y la humedad iban a ser ellos, y Colombia fue incapaz de llegar al fondo en los períodos en que aparecía un destello del juego de equipo.
Bastaron dos entradas del escurridizo y genial Messi para que se nos escapara la victoria y luego el empate.
Es una lección dura para el fútbol y para nuestra vida diaria en Colombia: no podemos improvisar, no podemos tener dirigentes que no sienten dolor por las derrotas, no podemos nombrar a técnicos sin definir rutas.
Lo bueno es que todavía hay tiempo de rectificar.

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