Editorial


El papa sorpresa

Por primera vez en la historia de la Iglesia Católica es elegido papa un cardenal latinoamericano, el argentino Jorge Mario Bergoglio, quien adoptó el nombre de Francisco I, para guiar a la institución en uno de sus momentos más complicados.
La sorpresa en esta región muy pronto fue seguida por un entusiasmo desbordante y la convicción de que América Latina estará más presente en la orientación de una de las religiones con más fieles en el mundo y de las más influyentes en su historia.
Elegir un papa del llamado “Continente de la esperanza” –que tiene poco más de 500 millones de católicos– es en principio un signo de renovación de la Iglesia, cuestionada por su esquema moral extremadamente conservador, por prácticas financieras irregulares y por su acción demasiado tenue, e incluso tolerante, en la erradicación de las prácticas de abuso sexual de ciertos sacerdotes y obispos.
Corregir el rumbo de la Iglesia Católica no es una tarea fácil, y el mayor obstáculo es la enorme influencia de los sectores responsables de los males que quieren erradicarse, pero tal propósito es un anhelo de los 1.200 millones de católicos del mundo entero y la mayoría de la cúpula cardenalicia.
La esperanza en un cambio que renueve la Iglesia es un clamor que los jerarcas católicos no pueden desconocer, sin arriesgarse a que más y más fieles se retiren y pasen a engrosar otros cultos, muchos emergentes, utilitarios y personalistas.
Los católicos esperan una Iglesia viva, solidaria, capaz de ayudar a la gente a enfrentar las dificultades económicas, de contribuir a la equidad social y a la democracia política, y de proteger el espíritu de las tentaciones del exceso consumista y la ausencia de principios.
También falta continuar el acercamiento iniciado por otros jerarcas de la Iglesia Católica con las distintas religiones, en un esfuerzo por encontrar puntos comunes por encima de diferencias irrisorias.
En América Latina avanza con fuerza un modelo que rescata antiguos principios socialistas que demostraron su fracaso al exigir un recorte de las libertades para imponer una igualdad social de mentiras que se volvió mayor pobreza y atraso.
Muchos gobernantes de Latinoamérica creen en ese modelo socialista y se han enfrentado a los jerarcas de la Iglesia Católica precisamente porque la doctrina cristiana se basa en la libertad del hombre.
Ahí están los ejemplos de Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Cuba y, por supuesto, la patria del nuevo Papa, quien no tuvo relaciones cordiales con el fallecido presidente Néstor Kirchner, ni con su esposa y sucesora, pues cuestionó duramente la gestión de ambos.
En cuanto a lo que simboliza el nombre elegido, Francisco I, la mayoría lo asocia con San Francisco de Asís, un rico que decidió vivir como pobre y entre los pobres, símbolo de la paz, la pobreza y un estilo de vida austero, y opinan que puede ser indicio de las prioridades del papa, pues la historia muestra a este santo como el ungido por Dios para reparar una Iglesia en ruinas.

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