Editorial


El pobre Camellón

El abuso al Camellón de los Mártires es típico de lo que le ocurre a los bienes públicos en Cartagena, pero en este caso sorprende e indigna más porque los desmanes ocurren a la vista de todos, aunque no sea siempre a la “luz pública”.
Buena parte de su deterioro se lo producen los habitantes nocturnos de la calle. Después de cierta hora, el Camellón, el Reloj Público y las aceras circundantes le pertenecen a la población desarrapada de alcohólicos, inhaladores de bóxer, tomadores de “sustancias”, prostitutas, cabrones, travestis y demás especímenes de la oscuridad cartagenera, la mayoría de los cuales retornan a sus madrigueras con la primera luz del sol. 
Evitar este abuso es fácil, pero requiere constancia de la Policía, que a pesar de ordenar la vigilancia del lugar, debería supervisar mejor a sus agentes. Cualquier madrugador notará que en vez de estar en el propio Camellón en la noche y madrugada, los agentes a cargo hacen vida social en una banca aledaña al edificio del Banco Popular, cerca de un quiosco, mientras los personajes antes descritos duermen, beben alcohol, saltan y pelean sobre el mobiliario de mármol del Camellón.
Mucho impulsa el Distrito la importancia del Bicentenario, pero tiene descuidado este inmueble emblemático de la Independencia, que –con razón- usa repetidamente para sus eventos masivos porque es un escenario irrepetible entre las murallas, el Parque del Centenario, Los Pegasos y la bahía de las Ánimas. Pero no ha logrado establecer allí la disciplina social que se requiere para que no lo sigan desintegrando los desadaptados.
¿A quién le pueden servir los fragmentos de mármol que le arrancan a las fuentes y a las bancas? ¿Por qué y para qué lo hacen? ¿Por qué hay gente que arroja basuras en las fuentes, y por qué no hay canecas suficientes allí?
También es cierto que el Camellón tiene bastante tráfico peatonal, y que sus fuentes y bancas son usadas como fondo contra los cuales hacerse fotos los turistas, y este uso diario de propios y extraños tiene sus consecuencias sobre las baldosas, pero no debería tenerlos sobre el mobiliario.
Ayer publicamos las fotos de una persona que llenaba bidones plásticos con agua sobre una de las bancas de mármol, a plena luz del día y ante todas las autoridades. Aun si el agua fuese para regar los árboles del Camellón, que aparentemente no lo era, las bancas no deberían usarse como mesones de jardinería. 
Un lugar como el Camellón, cuya restauración costó mucho dinero del erario –es decir, del bolsillo del contribuyente- debería estar impecable a toda hora.
Consuela que la ciudad tiene gente especializada en restauración, como Salim Osta y su equipo, o la Escuela Taller y su gente, también muy experimentada, pero su labor debería ser la de restaurar los objetos una sola vez y mantenerlos por el desgaste normal, pero no deberían tener que restaurar repetidamente los mismos objetos, destruidos a todo momento por los vándalos.
Debería ser un punto de honor del Distrito reparar el Camellón y mantenerlo impecable no solo para el Bicentenario, sino para siempre.

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