Editorial


El puente a Barú

La vía entre el Canal del Dique y el pueblo de Barú incrementará la calidad de vida de los habitantes de la isla. Aunque aún no está concluida, transitarla le da un aire nuevo al paraíso que podría ser Barú si la transformación también les llegara a sus pueblos y habitantes.
Aunque nos parece bien que se construya el puente sobre el Canal del Dique, sería inaceptable que no tuviese el gálibo suficiente para que pasen los remolcadores de hoy y los de mañana, especialmente con el auge proyectado del transporte multimodal.
Algunas personas se oponen al puente, argumentando que si ahora le llega a la isla un turismo numeroso y mayormente descuidado y desaseado a pesar de los inconvenientes de tener que usar los dos ferris precarios para cruzar el Canal del Dique, cuando esté el puente ya no habrá talanqueras y la isla sufrirá un asalto de visitantes mucho más allá de su capacidad para soportarlos.
El turismo de Barú, distinto al de los propietarios de lotes, casas e islas, es popular. Lástima que en el Caribe colombiano popular quiera decir destructor y ensuciador, pero no tendría que ser así si hubiese educación y autoridad. Ya está claro que no puede haber zanahoria sin garrote, ni garrote sin zanahoria, verdad aplicable a todos los estratos sociales en muchos comportamientos, y no solo a los populares.
Playa Blanca, la atracción central de Barú, es demasiado pequeña para el asedio al que ya se somete. Si alguien le hizo un estudio de carga reciente, no lo conocemos, y si lo hay, no sabemos que se esté aplicando. El sentido común indica que si a Playa Blanca la siguen sometiendo al mismo asedio por tierra y por mar, pronto no quedará nada de ella.
Pero la solución para evitar la degradación de la isla no es dejar de hacer un puente –es decir, “vender el sofá”- sino educar y ejercer autoridad, como ya sugerimos. El Distrito y los habitantes de Barú no se pueden equivocar: si no controlan las multitudes, matarán la gallina de los huevos de oro.
La vía de Barú apenas llega hasta Playeta porque le falta la licencia ambiental para cruzarla. Se entiende que este sitio tiene que ser cuidado y preservado, pero bloquear la vía no es la solución. Un viaducto con todas las especificaciones sí la sería, porque permitiría que la naturaleza obrara a su antojo por debajo mientras los vehículos pasarían por encima.
Bloquear el paso por Playeta no es justo con nadie, especialmente con los habitantes de Punta Barú, donde está el pueblo del mismo nombre de la isla. Este cuello de botella solo servirá para que se acumulen buses y vehículos allí y en sus cercanías. Los pasajeros caminarán hasta el otro lado o trasbordarán en motos y camperos. El resultado final sería más contaminante al haber muchos más motores exhalando vapores que si los buses y vehículos normales pudiesen llegar directamente al pueblo de la punta. El bloqueo de Playeta es una terquedad insensata, no una medida de protección ambiental.
Mientras hacen el puente, las comunidades y autoridades harían bien en planear cómo protegerán la isla y sus recursos ictiológicos, y de flora y fauna.

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