Editorial


El reino del ruido

Llega otro fin de año con pocas perspectivas de que en la ciudad merme el ruido evitable, porque en una urbe que crece siempre habrá sonidos difíciles de suprimir. Otros, quizá la mayor parte del total, son evitables, pero entre nosotros parecería que hacer ruido da prestigio, en vez de vergüenza.
Algunas personas confunden diversión con estridencia y la alegría con el estropicio. Es común sufrir el atropello de automóviles repletos de parlantes, cuya función parecería ser la de obligar al mayor número posible de personas a oír su ábum bum” reiterativo, y no al deleite discreto de sus ocupantes. Abren las ventanas para asegurarse de torturar a sus congéneres indefensos.
Los vecinos de los muelles en Bocagrande, Castillogrande y Manga están a merced de los lancheros que atracan allí a recoger o dejar pasajeros, con sus equipos a todo volumen. ¿Por qué las autoridades no hacen nada?
Y si el ruido se hace en nombre del turismo, entonces parece no solo dar prestigio, sino volverse sagrado, convirtiendo en here-jes a quienes creen que tienen derecho a escoger qué oyen y qué no oyen, en vez de que les embutan los ruidos ajenos por oídos y poros.
Proliferan centros duchos en hacer ruidos, como muchos chiringuitos y demás, especialmente en esta época de fin de año, que debería ser de tranquilidad. Priman las licencias otorgadas desde hace meses a propios y extraños, sin que las autoridades hagan cumplir los horarios estipulados, de por sí demasiado lar-gos.
Ya nos agobian todo el año con las rumbas en chiva, amplificadas innecesariamente para asegurarse —quizá- de que los participantes se ensordezcan y de que todo el vecindario se sobresalte al pasar estos vehículos impunemente por zonas residenciales en horas de descanso.
En la bahía de Cartagena siguen operando –también impune-mente- los barcos de turismo como el Phantom- que se pasea por la bahía casi todas las noches con su equipo de sonido a gran volumen, impidiéndoles el descanso a muchos de los habitantes de los edificios aledaños al agua en Bocagrande, Castillogrande y Manga.
Es frecuente que vaya de regreso a su atracadero en el Muelle de la Bodeguita ya en la madrugada, pasando frente al Club de Pesca alrededor de la una de la mañana. Sus parlantes y bajos retumban dentro de las viviendas de quienes quisieran descansar y no valen las quejas de los vecinos a las autoridades ambientales ni marinas, porque el relajo es igual y repetitivo.
Es obvio que este abuso hecho en nombre del turismo, noche tras noche, tiene la desaprobación de la mayoría de los ciudadanos, incluidas las agremiaciones turísticas serias, pero aun así, la población está expuesta a esta actividad anti turística y anti cívica, sin que nada les pase a quienes perturban la tranquilidad pública.
El ruido por encima de los decibeles permitidos por la ley no trae beneficios, sino perjuicios. Aun así, reina la impunidad. ¿Cómo la logran? ¿Quiénes son sus aliados y por qué?  

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS