Editorial


El reto del Caribe colombiano

El Caribe colombiano es una de las regiones más pobres del país, a pesar de tantos factores a su favor que deberían convertirla en lo contrario: la zona más pujante de Colombia. Ya sabemos que las desigualdades entre las zonas ricas y pobres de la nación se seguirán acentuando de no atenderse el mandato de la Constitución del 91 con respecto al reparto de los dineros del país, que deberían ser 52% para la Nación (Gobierno), y 48% para transferencias del Sistema General de Participación, es decir, para las regiones. Para 2010, las proporciones serán de 66% y 34%, respectivamente. Y del presupuesto nacional de 2010, por ejemplo, 89% irá a la Nación; 4% a los 32 departamentos; y 7% a 1.100 municipios. Un grupo de economistas serios ha propuesto la creación de un Fondo de Compensación para aminorar las desigualdades entre las regiones ricas y pobres del país, pero tendrán que ser los dirigentes de estos departamentos quienes hagan causa común para lograr que el Congreso lo apruebe. Con buena parte de los congresistas de la Costa Caribe encarcelados, esta labor será bastante ardua, aunque la región no debería dejar de tratar de sacarlo adelante. En la Costa Caribe, las pugnas y celos entre las ciudades y departamentos han sido enemigos peores de la región que los poderes andinos a quienes les achacamos todos nuestros males. La rivalidad entre Cartagena y Barranquilla –por ejemplo– es mucho menos intensa que antes, pero tiene que convertirse en una colaboración fluida, que incluya a los demás departamentos y capitales del Caribe, si hemos de sacar la región adelante. Los “microrregionalismos” pueden ser tan intensos, que impiden ver que a todos nos conviene mucho más la unión que la fragmentación. Los poderes andinos reparten mendrugos de distinto orden entre los políticos caribeños, neutralizándolos, y el pastel grande va para las regiones andinas. Los dados siempre han estado cargados en este sentido, pero la desunión del Caribe colombiano ha impedido revertir la tendencia. El Caribe colombiano tiene un reto que no sólo lo dificulta la oposición que suscitará el empoderamiento de este litoral en el poder andino, sino la falta absoluta de confianza en los “líderes” que tenemos y en las microempresas electorales que representan. Nadie cree en los políticos, no solo en el Caribe, sino en el país, con algunas excepciones pequeñas. Para que la regionalización del Caribe se pueda desarrollar con el empoderamiento necesario, incluyendo una planificación y un ordenamiento territorial integrado –que es indispensable- se necesita una nueva camada de políticos con credibilidad, lo que equivale a lograr un cambio de paradigma en la manera de concebir el servicio público. Hablar de regionalización sin una renovación de la actitud de los políticos y de la manera como la gente los percibe, parece una quimera.

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