Editorial


El ruido de cada día

Acerca de la propensión de los cartageneros para hacer ruido se ha opinado mucho, desde que es una característica cultural del Caribe, hasta que es un impulso racial que llevamos dentro.
El ruido no es ninguna de las dos cosas, ni muchas otras que le atribuyen, sino una falta de educación elemental por aquello de que la libertad de cada cual termina donde comienza la de su vecino. 
Los caribes somos alegres y con frecuencia gritones, y como la gente de muchísimos otros lugares y países, nos gusta ponerle volumen a la música en nuestro espacio personal. Pero de ahí a los extremos notorios en la ciudad y en comunidades rurales, hay mucho trecho. Los ruidos, incluido el de la música a muchos decibeles, son un problema de salud pública.
Es imposible no darse cuenta del daño que tienen que sufrir desde niños recién nacidos los vecinos de ciertos barrios populares y pueblos vecinos, sometidos a los equipos de sonido, con frecuencia de tipo picó, que pueden durar tres días prendidos y vomitando decibeles a muchos cientos de metros a la redonda. Los daños no solo son a los oídos, sino a la sanidad mental.
La explicación corriente a estos comportamientos, como mencionamos, es la mala educación, usualmente asociada a la pobreza, pero creerlo tal cual sería una torpeza y también negaría la realidad local.
El ruido excesivo lo emiten aquí hasta las clases sociales altas, que se suponen más educadas, como también algunos negocios formales y legítimos, pero abusivos y desconsiderados, con frecuencia a nombre del turismo, actividad que para unos pocos empresarios tiene una especie de salvoconducto para irrespetar las normas mínimas de convivencia.
Es inaceptable que unos jovencitos de estratos altos estacionen sus autos con música a volumen alto frente a edificios atestados de personas que quieren dormir y no los dejan.
Estamos seguros de que ninguno enciende el sonido al pie de su propia casa o edificio, ni se lo permitirían sus padres, aunque les parezca bien que lo hagan lejos de casa.
Si hacer ruido es una falta de consideración muy seria, que afecta gravemente la convivencia y la calidad de vida, es aún más censurable cuando el abuso es cometido por personas de familias pudientes, que deberían tener suficiente decencia para entender que tienen que impedirle a sus hijos estos comportamientos inaceptables.
La buena noticia es que el Establecimiento Público Ambiental (EPA) adelantará una campaña en la ciudad, incluyendo los barrios de estratos altos, en la que los padres de jóvenes que perturben la tranquilidad serán responsables y tendrán que pagar las multas previstas por la ley, que no son insignificantes.
Es importante que el DATT, la Policía y el EPA extiendan su constante actividad de control y decomiso de equipos de sonido a toda la ciudad y a todos los vehículos –no solo los de servicio público-, y que respondan los padres que patrocinan los abusos de sus hijos, especialmente aquellos que tienen a flor de labios el consabido “usted no sabe con quién se está metiendo”.

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