La semana pasada publicamos una noticia que refleja el carácter de una gran parte de la población cartagenera: luego de muchos meses exigiendo la terminación del llamado irónicamente “puente mocho”, cuando por fin se dio al servicio, en vez de utilizarlo, la gente seguía atravesando la vía directamente.
Durante una visita a las obras de ISA en la Perimetral, los periodistas de El Universal comentaron que los habitantes de los barrios aledaños eran privilegiados al contar con un gran espacio peatonal, sembrado de árboles y grama, en el que podían pasear y conversar, con el imponente espejo de agua de la Ciénaga de la Virgen en recuperación, si no fuera porque la inseguridad limita la posibilidad de disfrutarlo.
Una funcionaria del interior del país que trabaja con ISA identificó la causa principal de este problema, que es la misma del que mencionamos al principio: la falta de sentido de pertenencia de los habitantes de la ciudad, lo que significa no sentirse parte de ella.
Esta virtud empieza a construirse en la familia, el primer grupo del que todos hacemos parte y que sigue siendo el núcleo de las comunidades, y luego en el colegio, donde forjamos el amor por nuestra ciudad y el orgullo de pertenecer a la sociedad que la habita.
Cuando somos fieles a esa sociedad y seguimos las normas que la rigen, consolidamos una identidad que nos da mayor confianza en el entorno y, consecuentemente, mayor seguridad.
El sentido de pertenencia surge de la convicción de que vivimos en un barrio o en una ciudad que nos da la oportunidad de vivir bien, que nos permite trabajar, estudiar, movilizarnos y divertirnos sin dificultades, y esa convicción nos vuelve más dispuestos a seguir las normas de convivencia.
Es preciso que el ciudadano se identifique con la ciudad donde habita, que tenga una gran cultura cívica y que el ambiente urbano sea amable y equitativo, para que en él se desarrolle el sentido de pertenencia.
A diario, sin embargo, observamos deplorables ejemplos de la falta de sentido de pertenencia. Para mencionar sólo dos, ahí están las estaciones de Transcaribe deterioradas sin haber empezado a funcionar el sistema, o las bancas de los parques remodelados del Centro Histórico.
Sembrar el sentido de pertenencia no es tarea fácil en una ciudad de la que la mayoría de sus habitantes se queja, y en la que se perdió la confianza en las instituciones y en sus dirigentes.
Aunque es un proceso largo y constante, la construcción del sentido de pertenencia comienza con dirigentes e instituciones transparentes, que sean rigurosas en la defensa de los recursos públicos y que tengan en cuenta al ciudadano para implantar políticas y tomar decisiones.
El asunto es que si queremos que Cartagena no se vaya a pique y, por el contrario, empiece a convertirse en la ciudad ideal que todos soñamos, el sentido de pertenencia de sus habitantes es una condición indispensable.
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