Editorial


El tatequieto de la Corte

Menos mal que se acabó el pulso entre la voluntad acerada de Álvaro Uribe, y las razones institucionales de la Corte Constitucional. La decisión fue un triunfo para todos: Uribe, la Corte y el país. Uribe, luchador hasta las consecuencias últimas, quizá no lo verá así de inmediato, pero tendrá tiempo para entender lo que ganó, y también, lo que dejó de perder. No se puede hacer un balance de un gobierno que aún no se ha acabado, pero tiene logros innegables, que le dieron aire al país y lo sacaron del encierro en que lo tenían las Farc y las Autodefensas. De arrinconado, pasó a móvil. Habrá quien quiera negar lo bueno de los dos periodos de Uribe, tal como pasó con el de Pastrana, del que sólo se recuerda la burla del Caguán, pero se olvida que logró el Plan Colombia y que comenzó el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas. Y aunque quizá no fuera su intención, el Caguán permitió que las Farc le mostraran al país y al mundo quiénes eran en realidad, y el cinismo triunfalista que las animaba entonces. La “encrucijada del alma” tuvo al país hipnotizado, tanto, que no se hablaba sino de la supuesta indecisión de Uribe, especialmente en los medios, aunque tal indecisión no existía, sino la voluntad de ser reelegido una segunda vez. La politiquería que el Presidente prometió acabar se multiplicó y ahora es más fuerte y descarada que nunca. Mientras tanto, no se tenían en cuenta los demás candidatos, ni importaba lo que decían y dejaban de decir, ni se tomaban en serio los programas de quienes aspiraban a suceder a Uribe. Ocurrían hechos graves, como la compra masiva de tierras en Colombia, acentuando más la concentración que ya existía, acerca de los cuales se ha dicho poco en la mayoría de la prensa nacional, aunque El Universal ha estado alertando a la comunidad acerca de la rebatiña en Montes de María. El desgaste de Álvaro Uribe, normal luego de un solo periodo presidencial, es más y más notorio al profundizar en su segundo cuatrienio: lo cuestionaron con dureza en una universidad, le dijo mentiroso un médico en un foro de salud, y comenzaban a aparecer ya desgastes y fisuras en su entorno. El famoso “teflón” se comenzó a agrietar y con éste, el mito de su infalibilidad. Así que ganó Uribe, porque en un tercer periodo, le hubiera sido imposible gobernar. Ganó la Corte, porque las cábalas acerca de cómo se comportaría la estaban desprestigiando. Humberto Sierra Porto, el magistrado cartagenero que elaboró la ponencia negativa, ganó en prestigio, como ganaron casi todos al votar en el mismo sentido del documento. Y sobre todo, ganó el país, porque al paso que íbamos, Colombia quedaría desinstitucionalizada, expuesta a los caprichos del “estado de opinión” y de sus oráculos. Caería la separación de poderes, y aunque siguiéramos en una democracia formal, se acercaba a un estado cooptado por una sola voluntad. El uribismo tiene mucha vida por delante, pero la decisión de la Corte Constitucional distensionó al país. Ahora depende de la ciudadanía votar bien para que la democracia se profundice, en vez de la politiquería.

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