Editorial


El tren del litoral Caribe

Hace unos días, durante la reunión de gobernadores del Caribe colombiano en Montería, la Gobernación de Bolívar volvió a referirse a la necesidad de un tren entre las tres ciudades de este litoral, y además, que estuviera conectado con el interior del país, lo que le daría mucho más sentido económico y social.
El tren del litoral Caribe sonaba un poco a ilusiones vanas, a elefante blanco, pero cada día es más evidente que no es solo necesario, sino indispensable. Debería tener acceso a Bogotá y al resto del Triángulo de Oro, lo que le daría gran competitividad a los puertos del Caribe colombiano, pero también debería beneficiar al resto de los departamentos de la región, aun los que no tienen puertos grandes. Esta clase de obra jalona progreso y crea oportunidades de negocios regionales que pueden no ser inmediatamente evidentes, pero que afloran de inmediato.
Da grima pensar que los famosos tratados de libre comercio que deberían redimir a la Costa Caribe tengan como cauces unas vías desastrosas. Si analizamos las del litoral, especialmente entre Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, es imposible creer que se pueda establecer un gran comercio basado en carreteras tan pobres y tan complicadas.
Entre Santa Marta y Ciénaga, por ejemplo, la vía está interrumpida por decenas de resaltos para cortar la velocidad, porque la calzada atraviesa zonas urbanas caóticas, llenas de peatones y de negocios sobre los hombros de la carretera, que deberían estar despejados.
¿Quién puede creer que se puede tener competitividad en el Caribe con carreteras en las que se les quita velocidad deliberadamente a los vehículos de carga y de transporte de pasajeros? ¿Es competitiva una carretera que puede ser bloqueada en cualquier momento por una comunidad pobre que reclama –casi siempre con razón- por las cosas elementales que les faltan? ¿O donde los resaltos pueden destruir la suspensión de los vehículos o hacerlos estrellar?
En Colombia no se respetaron las variantes construidas hace unos 50 años para evitar pasar por los centros poblados y ahora tienen una densidad tugurial de construcciones comerciales y residenciales, encaramadas sobre las propias vías. Y como si fuera poco, son usadas como el patio delantero y terraza de unas viviendas con poca área social adentro. El paso por poblaciones como Ciénaga, Tasajera y demás es caótico y no habría manera de eludirlas a menos que se construyeran viaductos.
Otro tanto le pasa a los vehículos de carga que pasan el río Magdalena a tomar la Cordialidad: se encuentran con un tráfico endemoniado en el perímetro urbano de Barranquilla, para después enfrentar condiciones similares a las descritas arriba, entre la capital del Atlántico y Cartagena.
En semejante caos carretero, el tren no es una quimera ni un antojo de provincianos, sino una necesidad inaplazable que debería replicarse en todo el Caribe no costero y en el resto del país, y que debe incluir también el transporte moderno y cómodo de pasajeros.
Menos mal que el Caribe trabaja unido para este y para otros proyectos indispensables para mejorar la calidad de vida de sus gentes.

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