Editorial


Entre la pequeña y la gran aldea

Muchos lectores preguntaron la razón por la cual ayer 11 de septiembre, cuando se cumplieron 10 años del atentado terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono, no nos hubiéramos referido editorialmente al tema, como hicieron la mayor parte de los periódicos de Colombia y del mundo entero, y en lugar de eso, nos ocupáramos de un tema demasiado local.
No es una pregunta retórica, porque no se trata simplemente de una referencia periodística a uno de los ataques terroristas más crueles y el que ha producido cambios más protuberantes en el orden mundial, sino de un hecho que afecta a todos los países, en una era marcada por la globalización.
Sin embargo, frente al dilema diario de escoger el tema para comentar y opinar desde este espacio, siempre hay que privilegiar los aspectos que influyen más directamente y de manera más intensa a la comunidad en la que trabajamos diariamente.
Y atendiendo a esas consideraciones, es obvio que la acción vandálica que protagonizaron los mototaxistas con el disfraz de una protesta sin razón de ser, cuyas consecuencias son los destrozos visibles en edificaciones y estructuras urbanas que nos pertenecen a todos, tenía que ser el tema editorial, sobre todo porque sus secuelas pudieron haber sido más dolorosas como lo demuestra la foto publicada en la primera página de ayer, que captó el acto criminal de arrojar una llanta encendida debajo de una buseta, exponiendo a sus pasajeros y al mismo vándalo a una explosión peligrosamente mortal.
No es que los diez años del llamado 9-11 sean poco importantes, de hecho, todos en el mundo hemos sufrido sus secuelas, que se extienden en el tiempo, porque los atentados impulsaron nuevos paradigmas universales, entre ellos la prioridad de la lucha contra el terrorismo, que en Colombia conocemos demasiado para ser indiferentes a su azote.
Pero los hechos del sábado en Cartagena son ilustrativos de la pugna permanente entre globalización y cultura local, que ha marcado el transcurso de lo que va del siglo XXI.
En efecto, bajo el manto de la globalización, al menos en sus valores teóricos de la democracia occidental, en Cartagena deberíamos ser una sociedad en la que todos los ciudadanos acatan la ley, respetan los derechos de los demás y contribuyen con su aporte al bienestar general.
En lugar de ello, nos hemos convertido en una colección de pequeñas comunidades de intereses particulares (mototaxistas, vendedores informales, gremios profesionales, etc.), tal como en el mundo proliferan las pequeñas comunidades étnicas, religiosas, políticas, nacionalistas, etc., que siempre están desacatando los preceptos que establecen los Estados en su conjunto.
La globalización nos impone la obligación de compartir derechos, deberes y valores, pero el realismo nos muestra que se están imponiendo intereses egoístas y cálculos politiqueros en nombre del bien común. Y esto ocurre en Cartagena como pequeña aldea y el mundo como la gran aldea.
De manera que, a veces los hechos locales tendrán preferencia sobre las fechas emblemáticas de un momento histórico mundial.

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