Editorial


Ficciones que son realidades

Desplazados, pobreza, violencia, pandillas, delincuencia e injusticia son algunos de los problemas que golpean a Colombia, y especialmente a Cartagena. Por supuesto, la literatura, la televisión y el cine de nuestro país no han sido ajenos a esa realidad punzante, sólo que en el último caso, hay numerosas películas que se ocupan de estos temas, lo que da la impresión de que en Colombia no hay más realidad que esta. La vieja discusión del arte comprometido, que marcó el rumbo ideológico de la izquierda a finales de los años 60 y gran parte de los 70, sigue tan vigente como entonces, con la diferencia de que ahora se enfoca en la necesidad de que los guionistas y directores se dediquen a realizar obras que “reflejen la realidad nacional”, por muy dura que sea. El problema es que reducir la realidad nacional a ese conjunto de problemas es tan panfletario, demagógico e ilegítimo, como el país de ensueño que nos pintan los gobernantes y los excesivamente optimistas. Las películas de Víctor Gaviria, por ejemplo, se enfocaron en problemas sociales de Medellín, historias construidas a partir de relatos de personas que han vivido de primera mano esas dificultades e incluso empleando a estas personas como actores. Pero es una cara de nuestra realidad, y es injusto que no haya cineastas que cuenten historias de gente marginada que ha logrado salir adelante, que dejó atrás un destino aparentemente inexorable de miseria y crimen, para llevar una vida creativa y satisfactoria. El otro problema es que ese propósito de hacer cine o televisión realista, cuando se enfoca en los personajes oscuros del narcotráfico o la violencia, corre el riesgo de teñir con barniz de héroes a quienes no son más que mentes criminales infames que sustentan su poder en el miedo y la muerte. Aparte de emular el éxito de la serie de Caracol “El cartel”, no es visible otro propósito para producir un dramatizado como “El capo”, y sobre todo para banalizar la crueldad y barbarie que personajes como este sembraron y siguen sembrando en Colombia. Cuando se convierte al “capo” en un personaje iluminado con los colores del espectáculo, se realiza una campaña de expectativa en torno a su apariencia y actitudes, no sólo se le despoja de su peligrosidad, sino que incluso se le cubre de un aura inocua. Como también se plantea que su destino resulta inevitable, debido a los golpes de la pobreza y violencia intrafamiliar que sufrió en su niñez, es probable que en la mente colectiva termine convertido en víctima de un entorno social hostil quien tanta muerte, dolor y destrucción ha causado. Nuestra realidad también crea héroes más auténticos que sortean los obstáculos y vencen a enemigos descomunales para lograr sus sueños de ser deportistas, científicos o artistas, y que dejan su aporte invaluable, no sólo al país, sino al mundo entero. ¿Por qué también no se producen películas o series de televisión basadas en las vidas y luchas de estos héroes?

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