Editorial


Fiestas y amenazas

El bando del barrio Las Gaviotas saldrá a las calles, pese a las amenazas de muerte de que fueron objeto, en semanas anteriores, dos de las personas que lo organizan anualmente. Los desconocidos, quienes por vía telefónica y por medio del envío de un sufragio profirieron las advertencias en cuestión, buscaban con su actitud que el bando no se realizara, y con eso evitar que se repitieran los actos de vandalismo vistos en algunas ediciones pasadas. Sin embargo, Irma Jiménez, una de las organizadoras intimidadas, y quien dice contar con todo el respaldo del Gobierno distrital, decidió hacer caso omiso de las advertencias temerarias, y es así como el próximo 13 de noviembre, el bando saldrá una vez más, pero con ciertas restricciones que buscan garantizar el orden tanto para residentes como para visitantes, según lo anunció la Junta de Acción Comunal. Sea que el evento se realice con éxito o que se convierta fracaso, no deja de ser preocupante que el asunto de las amenazas, como estrategia para resolver problemas, también esté invadiendo los predios de las manifestaciones culturales populares, tal vez uno de los pocos oasis espirituales que quedan en la actual y convulsionada Colombia en que vivimos. Y no deja de ser cierto que las actuaciones vandálicas, de una u otra forma, siempre hacen presencia en los espectáculos al aire libre que se organizan en nuestras ciudades, pero se trata de un problema que habría que enfrentar con políticas que traspasen lo policial y lo represivo, y no haciéndole el juego a costumbres propias de narcotraficantes y subversivos. No es posible asegurar si las amenazas contra los gestores culturales de Las Gaviotas se cumplirán a cabalidad; o si en realidad se trata de una chanza macabra, pero lo que sí está claro es que la táctica de amenazar se viene tomando como un juego, cuya única intención es presionar para que algo se cumpla o no se cumpla, según la conveniencia de quien amenaza. Es totalmente comprensible que una comunidad no quiera ser perturbada por el vandalismo durante unas celebraciones culturales, pero para evitar esas molestias existen otros recursos legítimos, como las acciones de tutela, los plebiscitos o las restricciones a ciertas costumbres que terminan por empañar las buenas intenciones de un evento de esa naturaleza. Esto último es lo que tienen pensado practicar los miembros de la JAC de Las Gaviotas: restringir las ventas de licor en puestos callejeros, como también el estacionamiento de camionetas con equipos de sonido, las ventas de buscapiés y las aglomeraciones de personas en las tiendas y otros sitios comerciales, todo eso —desde luego— contando con la valiosa colaboración de un grueso número de agentes de la Policía Metropolitana de Cartagena. La noticia de las amenazas a los organizadores del bando de Las Gaviotas no pudo ser más inoportuna: llegó en el preciso instante en que Cartagena está sufriendo la más impresionante ola de asesinatos perpetrados por sicarios, como nunca antes se había visto en esta ciudad antes tan tranquila.

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