Editorial


Francisco, primera puntada

Se publicó ayer la que podría considerarse la primera encíclica del papa Francisco, aunque él mismo dijo que la primera redacción fue del papa emérito, Benedicto XVI y que su trabajo fue agregar “algunas aportaciones”.
“Lumen fidei” (“La luz de la fe”) fue publicada ayer por el Vaticano, en italiano, inglés, francés, portugués, alemán y español, y es una reflexión profunda sobre la fe hoy.
No había que esperar sorpresas en la posición de la Iglesia Católica sobre los asuntos más polémicos de los últimos años, entre ellos el de las uniones de dos personas del mismo sexo, sobre el cual ambos papas se pronuncian en el capítulo cuarto de la encíclica, dedicado al papel de la fe en el bien común.
La encíclica defiende “la familia fundada en el matrimonio, entendido como unión estable de un hombre y una mujer” y es especialmente insistente en reconocer y aceptar “la bondad de la diferenciación sexual”, que, asegura, “promete un amor para siempre y reconoce el amor creador que lleva a generar hijos”.
En todos sus capítulos, ambos pontífices aclaran conceptos espirituales de la fe para los cristianos, para refutar la que consideran falsa contradicción, al oponerla a la misión de búsqueda propia del ser humano.
Abogando por un auténtico “diálogo entre fe y razón", la encíclica deslegitima toda violencia como medio para mostrar la verdad y rechaza la intransigencia y la arrogancia de quienes pretenden propagar el mensaje cristiano, resaltando que la verdad de esa fe “vuelve humildes y conduce a la convivencia y el respeto del otro”.
La fe, para ambos papas, conduce al diálogo, tanto con la ciencia y la tecnología, en apariencia tan ajenas a la vivencia sentida intuitivamente con el corazón, como con las demás religiones, al considerar que el cristianismo debe contribuir y no condenar, incluso, en la relación con los no creyentes, sobre los que recomienda dejar que tarde o temprano encuentren a Dios en su vida cotidiana.
Este mensaje de tolerancia, de respeto a los demás y de convivencia amorosa está muy lejos de aquella descalificación que durante muchos siglos hizo la Iglesia de las otras creencias y la persecución del pensamiento científico.
Es una actitud que por cierto siguen practicando ciertas corrientes islámicas y algunas iglesias protestantes, evangélicas y pentecostales, para quienes fuera de su congregación no existe verdadera fe.
La verdadera fe, dice la encíclica con humilde lucidez, es capaz de iluminar toda la existencia del hombre ayudándolo a distinguir el bien del mal, y no se abre paso imponiendo dogmas ni obligando a cumplir preceptos más fundamentados en un moralismo dañiño que en la preservación de la bondad que debería nacer espontaneamente en quienes viven con entrega el mensaje cristiano.
Un mensaje por cierto muy sencillo: "Quién se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios".

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