Editorial


Genocidio estadístico

Desde el pasado 15 de diciembre se están realizando en Cartagena las “Jornadas de trabajo sobre visibilidad estadística étnico-racial en Colombia: lecciones aprendidas y nuevos retos de cara al Censo Nacional de Población del año 2015”. Con conferencistas del sector académico, de entidades estatales y de organizaciones de afrodescendientes, el evento busca establecer la mejor manera de determinar la cantidad real de afrocolombianos que tiene el país, y con ello lograr que las políticas públicas los favorezcan en todos los ámbitos y derechos que conciernen al ciudadano colombiano. La inquietud no es nueva: hace unos cuatro años, durante un evento afro en esta ciudad, el entonces director del Dane, César Caballero, admitió que ese organismo desconocía el número de afrocolombianos, por carecer también de los mecanismos para hacer las interrogaciones precisas al adelantar los censos. En medio de las jornadas que se están llevando a cabo en la Casa Bolívar, uno de los ponentes calificó de “genocidio estadístico” el hecho de que durante muchos años el Estado colombiano no haya implementado estrategias eficaces para contabilizar a sus afrodescendientes. Y agregaron los asistentes al foro que “si hay algo peor que matar físicamente a una persona, es no tenerla en cuenta dentro de las políticas de bienestar y de derecho que pongan en marcha sus hombres de Estado. Es como un no estar estando”, fenómeno que hunde sus raíces en el nacimiento de la República. De acuerdo con algunos prestigiosos historiadores colombianos, en tanto que se conformaba la Nación, ese “olvido” tuvo la intención velada de no tomar en cuenta a todo lo que significara etnias indígenas y negras, tratando de visibilizar un país blanco que sólo existía en las pretensiones racistas de los gobernantes. Es probable que en los últimos años el “olvido” no tenga las mismas motivaciones, pero la fuerza de la costumbre ha permitido que durante los censos, y demás sistemas estadísticos del país, se hagan flacas contabilizaciones no sólo de indios y de negros, sino también de poblaciones rom, discapacitados, desplazados y todo lo que suene a grupos marginados. No obstante, es obligatorio reconocer que, en aras de censos y conteos eficaces de población colombiana, el Estado ha venido haciendo esfuerzos positivos, contando siempre con el acompañamiento de la academia, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales, los cuales hacen énfasis sobre todo en las poblaciones menos favorecidas. A esos mismos esfuerzos sería acertado agregar la participación decidida de los medios masivos de comunicación para sensibilizar a la población sobre la importancia de la buena organización de un censo y, con base en esa información, distribuir los recursos y formular las políticas que mejoren el modo de vida de cada grupo. Ejemplo de esto último lo vienen dando países como Estados Unidos y Brasil, en donde el gran elemento afro que los integra también recorrió un camino largo para reafirmar su población en todos los aspectos, incluyendo el de la recolección de información para hallar el número exacto de quienes consideraban habitantes marginales por excelencia.

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