Editorial


Hace 30 años, la gloria


El premio fue concedido por toda su obra narrativa de ficción y también por su espléndida obra periodística, nutrida de la esencia mítica y cotidiana del Caribe colombiano. El galardón reafirmaba la voz personal y la manera mágica y singular con que García Márquez había narrado la realidad.
El nombre de Macondo se volvió planetario con el escritor de Aracataca (Magdalena), que en ese entonces contaba con 55 años. Y había expresado sin tapujos que él no era más que “uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”. Su novela “Cien años de soledad” (1967), considerada una de las mejores novelas del siglo XX y uno de los clásicos de todos los tiempos, se convirtió en una especie de biblia para descifrar y comprender los mitos y la desgarrada historia de soledad y guerra de América Latina.
Lo que ocurrió aquel 10 de diciembre de 1982 marcó un hito en la forma de celebrar un Premio Nobel en Estocolmo con una delegación folclórica que representaba a Colombia en sus orígenes indígenas, africanos y europeos.
La prensa nacional cuestionó el vestido elegido por el escritor para recibir el premio: el ancestral liquiliqui de blanco y cuello cerrado, un guiño emocional del escritor a sus antepasados y a la ropa ceremonial de nuestros campesinos latinoamericanos.
Todo resonó de manera apoteósica y conmovedora en la prensa mundial que celebró la música y la sinceridad del escritor. La televisión del mundo (menos la colombiana) registró aquellos instantes únicos e irrepetibles en la que por primera vez un colombiano nos enseñó a triunfar en forma contundente y universal.
Treinta años después, en el mismo Estocolmo recuerdan al escritor bailando cumbia en la noche de celebración de su Premio Nobel, acompañado siempre de su esposa Mercedes Barcha, quien le protegía el aura con rosas amarillas para espantar cualquier agüero y dulcificar los augurios. Días después los incrédulos del país reconocieron públicamente que se habían equivocado, temiendo que Colombia haría el “oso” en esa celebración. Hoy la nación entera tiene motivos suficientes para sentirse orgullosa de ese ser Caribe entrañable y conmovedor que es Gabriel García Márquez, que a través de sus cuentos y novelas y también de sus crónicas y reportajes ha sido una conciencia viva e iluminada de Colombia.
El arte de su palabra escrita ha hecho universal a Colombia en el mapa de la mejor literatura del mundo. Pero además de eso, ha reafirmado la grandeza de García Márquez, como mediador mundial  en favor de los derechos humanos y ha probado en sus actos y pensamientos, su extraordinaria condición humana.
En 2007, al cumplir sus 80 años, vivió una celebración apoteósica tan similar a la del Premio Nobel de Literatura en Cartagena, con la presentación de la edición conmemorativa de los cuarenta años de la aparición de “Cien años de soledad”.
Abrumado por el impacto universal de su obra, el escritor confesó aquella vez que todo ocurrió de manera vertiginosa, como en un parpadeo en el tiempo, sosteniendo la magia de la vida y las palabras cada día y sin detenerse, con  el solo latido de su corazón y la sola y profunda yema de sus dedos.

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