Editorial


Haití, úlcera sangrante

Mucho se ha dicho sobre Haití, a raíz del terremoto. Los más cautos han recordado que este país patrocinó con hombres y armas, las tres expediciones libertarias de Simón Bolívar, que dieron lugar al surgimiento de seis naciones, incluyendo a Panamá. Incluso, escritores más urticantes han planteado que Bolívar, Santander y la clase dirigente de la entonces Gran Colombia traicionaron a esta nación —la segunda en América en proclamar su independencia como estado republicano— al no cumplir con la abolición de la esclavitud. Y, sobre todo, por dejarla a merced del naciente Estados Unidos y otras potencias europeas encabezadas por Francia, que impelida por un remordimiento de conciencia, propuso al día siguiente del desastre, condonarle la deuda. Toneladas de alimentos y de socorristas se movieron a colaborar desde diferentes partes del mundo. Las tropas de Estados Unidos aumentaron sus efectivos de mil a diez mil y comenzaron a controlar el tráfico aéreo y las ayudas. “Médicos Sin Fronteras” se quejó de que Estados Unidos no les permitía trabajar, sin dar explicación alguna, como tampoco se la dio a los reporteros de otros países a quienes ordenó desalojar los espacios que ocupaban cerca a la sede presidencial y al aeropuerto de Puerto Príncipe. Montoya, un rescatista colombiano, no sólo confirmó lo anterior sino que denunció cómo muchas naciones discriminan, enfocando sus esfuerzos sobre sus escasos coterráneos e ignorando a los miles de haitianos víctimas de la tragedia. Las cámaras de los telenoticieros mostraron a un anciano negro con quemaduras en 80% de su cuerpo, quien permaneció dos días sin atención médica, mientras otros ciudadanos de otras naciones con la tez blanca, eran atendidos de emergencia de unas cortaduras mucho menos graves. Algunos han llamado la atención acerca de la guerra protagónica y mediática entre las cadenas de televisión y otros medios, por supuestamente menoscabar a las misiones médicas y de rescatistas de Cuba, Venezuela, Nicaragua y otras naciones caribeñas, que también vienen trabajando eficazmente, lo cual no se supiera si no fuera por los periodistas de Francia, Irlanda y países árabes. Es decir, las tensiones políticas de la región se cuelan hasta en un esfuerzo humanitario tan grande. Pero lo asombroso es la acusación ya mencionada aquí, y no probada, según la cual el terremoto de Haití, y otros casos similares alrededor del planeta, se deben a un arma desarrollada por el Pentágono, conocida como proyecto HAARP (High Frequency Active Auroral Research Program), supuestamente capaz de crear terremotos, sequías e inundaciones. Pobre Haití, tan lejos de Dios y tan cerca de las grandes potencias, que, ni siquiera ante una catástrofe como ésta, y a pesar de que sí han ayudado mucho, son capaces de despojarse de algunas conductas discriminatorias. Todo esto nos lleva a decir que Haití, el país más pobre de América, sigue siendo una úlcera sangrante en la conciencia de la humanidad.

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