Editorial


Hambre y palangre

En los círculos náuticos de Cartagena hay una palabreja que se pronuncia con bastante frecuencia: ¡palangre! Ésta define una técnica comercial para capturar peces y otras especies en forma indiscriminada. Consta de una línea de varios kilómetros de largo sostenida por flotadores (boyas), y cientos de líneas secundarias terminadas en anzuelos y carnadas que penden de esta principal hacia las profundidades marinas. Un solo barco pone muchos palangres en el agua. Allí pican peces pelágicos (aquellos que nadan en altamar) de todos los tamaños, aun los juveniles sin valor de mercado, que serán devueltos al agua muertos. Entre los pelágicos están los dorados; los atunes de diversas familias; las sierras (wahoo y otras); los peces de pico como los marlin, pez espada, y pez vela; todas las especies de tiburones tropicales; y a veces, hasta los delfines. El pez que muerde esta carnada muere allí, ahogado. También caen en la trampa las tortugas de varias familias, que están en peligro de extinción, y algunas aves marinas pescadoras. El palangre no distingue entre especies ni tamaños. Los barcos dejan varios palangres cada uno, señalados con radioboyas para poderlos recoger después de un tiempo prudencial con los cabrestantes mecánicos de las naves. Pescan 24 horas al día, hasta llenar sus bodegas refrigeradas. El inconveniente de esta faena es que –como dijimos- arrasa con todo y es una de las grandes responsables de la sobrepesca mundial, porque sacan las especies marinas a una velocidad mucho mayor de la que se pueden reproducir para repoblar los océanos. La voz de alarma de la depredación de los palangreros la dieron los pescadores deportivos locales, que ya rara vez logran capturar un pez en las aguas del caribe aledañas a Cartagena. Nuestros mares están exhaustos y saqueados. Los pescadores deportivos son apenas uno de los termómetros para alertar acerca de esta masacre consentida por el Gobierno nacional desde el altiplano, pero no son afectados con severidad porque pescan por pasión, y no por necesidad. Salvo unos pocos pescadores antideportivos, los demás devuelven la mayoría de las capturas al mar estando vivas y se quedan sólo con algunas para comer en casa. Así se autorregulan y pescan de manera sostenible. Los verdaderos afectados son los pescadores artesanales de nuestro litoral, que cada día pasan más hambre. Y por supuesto, el país, que pierde un recurso importante sin chistar. Cualquiera que averigüe en los restaurantes de Cartagena sabrá que la mayoría de los peces y mariscos que sirven allí vienen del Océano Pacífico, porque los de aquí se acabaron. Y en el Pacífico colombiano, ¡los palangres están prohibidos! Aunque los permisos para esta pesca son otorgados por instancias nacionales, las autoridades locales deberían combatir esta anomalía ambiental. No se trata de una confrontación entre palangreros y pescadores deportivos, ricos y ociosos, como tratan de enfocarlo algunos interesados, sino de una catástrofe ambiental que concierne a toda la ciudadanía y a las ONG ambientales, de aquí y del mundo. Los palangres están prohibidos o limitados en la mayoría de los países civilizados, por lo que acuden a aquellos –como Colombia- donde les es fácil pescar por debajo de un radar ambiental demasiado débil.

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