Editorial


Héroes, virtudes y defectos

Hace 190 años, una batalla librada en el puente sobre el río Teatinos, cerca de Tunja, fue el comienzo de la independencia de las colonias españolas del norte de Suramérica. Allí se batieron dos ejércitos, uno dirigido por el libertador Simón Bolívar y el otro al mando del realista José María Barreiro. El primero, compuesto por criollos, mulatos, mestizos, zambos, indígenas y negros que aprendieron de la guerra en las propias batallas. El segundo, un segmento disciplinado de la tercera división del Ejército Expedicionario de la Reconquista, lo formaban soldados experimentados de infantería, caballería y artillería. El enfrentamiento comenzó a las 2 de la tarde y acabó a las 4, dejando más de 100 realistas y 13 soldados patriotas muertos, y a 1.600 soldados realistas prisioneros. Además de marcar la libertad de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, la Batalla de Boyacá dejó una enseñanza escrita con sangre y valentía: el poder de la unidad y la fuerza que proporciona la lucha por una causa legítima. Los historiadores de nuestra independencia optaron en su mayoría por narrar en términos épicos este período glorioso, pero prefirieron limitarse a reseñar muy tímidamente lo ocurrido en los años que siguieron, cuando comenzaron las pugnas internas y el enfrentamiento agrio entre quienes habían compartido el esfuerzo y el heroísmo en el puente de Boyacá: Bolívar, comandante general de las tropas, y Santander, conductor de la vanguardia. El contraste entre la época final de la Campaña Libertadora de 1819 –setenta y siete días de trayecto militar cruzando los Llanos de Casanare, la cordillera de los Andes y las tierras de Tunja, luchando contra el clima, las enfermedades y el ejército realista– y el siguiente período de intrigas por el poder, debería servir no sólo para entender a cabalidad las bases que formaron estas repúblicas, sino también para explicar la historia contemporánea. La propia Campaña Libertadora es una muestra de liderazgos mesiánicos, encarnados, además de Bolívar, en los cacicazgos políticos de Páez, Arismendi y Meriño, que seguramente se necesitaban en esos momentos coyunturales para asegurar la independencia, pero que luego impidieron la consolidación de repúblicas pluralistas y plenamente democráticas. Tras la derrota en Boyacá, y la estampida de las autoridades en Bogotá, el Virrey Sámano intenta restablecer el gobierno español en Cartagena, apoyándose en el clero, y fueron las ambiciones personales, intrigas, pactos y convenios, las que retrasaron la consolidación de la libertad y marcaron demasiado la esencia nacional hasta nuestros días. Es justo, entonces, reconocer el heroísmo de quienes nos libertaron batiéndose con brío en el puente de Boyacá, pero también es imprescindible conocer los errores de nuestros héroes, imperfectos como todos los humanos, porque podrían orientarnos para no repetir momentos tristes de nuestra historia. Enarbolemos hoy la bandera colombiana con orgullo, como tributo agradecido a quienes se jugaron la vida para que hoy disfrutáramos de la libertad, y dejemos de lado la parte oscura de su misión, sus tentaciones caudillistas, para construir esa patria soñada, donde todos tengamos las mismas oportunidades de vivir felices.

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