Editorial


Infarto vial en Crespo, culpa oficial

El infarto vial en Crespo no es nuevo. Ocurre no sólo en temporada turística, sino durante los fines de semana normales, como advertimos en un editorial reciente.
La diferencia esta vez –el domingo pasado- fue la complejidad, volumen y duración del trancón y la falta de preparación de las autoridades. Desgraciadamente, ese parece ser su estado normal para el tráfico automotor: no prever lo obvio, por repetitivo. Contrario a los perros del adagio, a los de aquí sí los emasculan muchas veces y no aprenden la lección.
En el trancón de antier se perfeccionaron todos los vicios e indisciplina de los conductores locales y foráneos, entre los que sobresalen los de Bogotá, aunque los de aquí están casi a la par en su descortesía.
La población de automotores sobrepasa la capacidad de nuestras vías aun sin los visitantes, especialmente la de los taxis, entre los que sobresalen los “zapaticos”, convertidos en mototaxis de cuatro ruedas por la irresponsabilidad de sus conductores, imbuidos del peor espíritu de “meimportaunculismo” y de “marica el último”, dos de las enfermedades sociales que padecemos en mayor o menor grado.
Fue así como el oportunismo antisocial de muchos de los conductores públicos y privados, su incapacidad para hacer una fila y seguir las normas elementales -como no invadir el carril contrario-, todas prácticas malsanas y repetitivas del tráfico local, llegaron a un clímax el domingo pasado en Crespo, donde se apretó el nudo gordiano de la circulación durante cuatro horas.
Fue fundamental en este caos la falta absoluta de controles en la calle 70 de Crespo, donde las normas de tránsito y de uso del suelo se prostituyeron con la complicidad diaria de las autoridades, que las toleran.
Allí funcionan terminales de transporte satélites; restaurantes de comida rápida en un área dizque residencial; paradas de buses donde les dé la gana a sus conductores; tiendas de barrio con camiones de distribución de mercancías parados al frente, ocupando un carril; todo sumado al tráfico entre la ciudad y la Zona Norte, y entre al aeropuerto y sus alrededores.
¿Ciudad turística? ¿Ciudad amable para sus habitantes?
No será nunca lo uno ni lo otro en este estado de indiferencia oficial, donde la informalidad multiestrato alardea su impunidad todos los días, especialmente con vehículos aparcados sobre un carril, esperando y embarcando pasajeros para llevar a Barranquilla y a otros lugares.
Es increíble que las autoridades no identifiquen y controlen al menos el sitio neurálgico para el funcionamiento adecuado del tránsito en esa parte de la ciudad.
Allí pasó lo que tenía que pasar: nos dieron la función de gala para la que los conductores del sector venían practicando con esmero todo el año, sumada a la participación destacada de los foráneos de igual comportamiento.
Las autoridades de Tránsito –especialmente la Policía- deberían tomarse el área, literalmente hablando, y multar sin miramientos a los infractores, a ver si logran hacer respetar los derechos de la comunidad a la libre circulación, y de paso, reivindicarse con ella.
 

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