Editorial


Inseguridad y pie de fuerza

Menos de una semana después del regocijo por la disminución de los homicidios en Cartagena durante octubre, el primer fin de semana de noviembre nos abofetea con siete muertos en menos de 36 horas, seis a bala y uno a puñaladas.
El domingo en la noche y la madrugada del lunes, las clínicas y hospitales de algunos sectores se inundaron con heridos a bala, cuchillo y golpes, casi todos en riñas durante “banditos” novembrinos, fiestas que aún no comienzan oficialmente.
Estos preludios novembrinos violentos son, como dijo un lector de este periódico, una pesadilla para la ciudad, pues muchos terminaron en batallas a bala y dejaron muchos heridos, los que revelaron la postración grave de nuestros hospitales y clínicas, sobre la que hemos insistido en El Universal.
El loable propósito que empezó hace casi una década, de rescatar las tradiciones culturales de Cartagena, pareció chocar este año con quienes confunden cultura y folclor con jolgorios desenfrenados, cuyos oficiantes, estimulados por el alcohol y las drogas, atacan a cualquiera.
Lo de Torices el domingo en la noche es horroroso: motos con tres y hasta cuatro energúmenos haciendo malabares y circulado sin control, jóvenes tirando bolsas de agua y buscapiés sin respeto, y finalmente enfrentamientos a piedra, botella y bala, hiriendo a quienes ni siquiera participaban en el alboroto.
Para colmo de males, los vándalos heridos llegaron a los centros hospitalarios exigiendo atención inmediata y apedrearon al personal médico.
Este tumulto estrepitoso y descarriado no puede seguir, y la primera medida es suspender ya todos los banditos y cabildos de barrios, como se hizo con el del Patial en Manga, y los de San Diego y Las Gaviotas.
Es preciso que el IPCC replantee su trabajo con los grupos culturales y folclóricos de barrios para que en lugar de hacer innumerables eventos allí, se unan esos esfuerzos en dos o tres actos coloridos, atractivos y con mucho contenido musical, cuyos protagonistas contribuyan a que se desarrollen en medio de un ambiente alegre y sensato.
Para ello, habría que empezar reduciendo notablemente la duración de estas fiestas, demasiado largas para garantizar una atmosfera serena y segura.
La ciudadanía de Cartagena reaccionó mayoritariamente en contra de este vandalismo y no ha economizado epítetos para definir a los protagonistas de la violencia: salvajes, trogloditas y bestias, y han pedido al alcalde encargado que sólo permita realizar la batalla de flores y el bando.
Estamos de acuerdo, la respuesta a este frenético y mortal fin de semana debe ser suspender todos los demás eventos de barrio hasta nueva orden.
Aunque la solución a largo plazo son la educación y la inversión social, la ciudad necesita ya un pie de fuerza de Policía suficiente para cubrir –simultáneamente- el orden público y las visitas permanentes del Presidente de la República y de muchos otros dignatarios.
Mientras el pie de fuerza local tenga que atender dignatarios a expensas de su trabajo cotidiano, la seguridad de la ciudad seguirá siendo una ficción a pesar de los esfuerzos enormes de las autoridades.

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