Editorial


Intolerancia, formación y justicia

En una avenida atestada de carros, comienza la pitadera y al final, dos o tres conductores se bajan iracundos y comienzan a insultar con palabras fuertes a los que están delante de ellos en la fila.Un hombre detiene su vehículo en la mitad de una calle para esperar que le traigan algo, y ante el legítimo reclamo de los que quieren pasar, responde con amenazas y ofensas.
A diario, somos testigos de estos y otros comportamientos que muestran un creciente grado  de intolerancia entre los habitantes de Cartagena, que en algunos casos termina en agresiones graves o en la muerte.
Cada vez más personas solucionan sus conflictos a cuchillo o a bala. Basta con que alguien tropiece a otro en una fiesta, para que se desencadene una batalla campal que deja numerosos lesionados.
También son frecuentes los actos de discriminación racial, traducidos en abusos y exclusión, muchos de los cuales se han reseñado en las páginas de este periódico.
Sin embargo, el caso de los menores de edad que decidieron convertir sus prejuicios raciales y su intolerancia en agresión física contra una joven afrodescendiente, estudiante de derecho, indica que se abre paso en la ciudad una tendencia que lleva la discriminación a extremos peligrosos.
Dos circunstancias llaman la atención: la virulencia de los insultos que los menores (de estrato alto y familias con recursos) lanzaron contra la joven y la confianza en que el estatus de su familia les garantizaba que su comportamiento no sería castigado.
Según la información que obtuvo El Universal  y que se publicó ayer, los jóvenes a quienes la joven acusa de dispararle con una escopeta deportiva, también han estado implicados en ataques a travestis y a otras personas de raza negra. Sus exclamaciones de odio contra los afrodescendientes y su convicción de superioridad dejan ver que se han formado en hogares donde los principios y los valores humanos no parecen importantes.
En una ciudad que tiene un gran porcentaje de población afrodescendiente, este comportamiento criminal es un peligroso detonante de la violencia, y es de esperar que se trate de brotes aislados y no de una tendencia entre la juventud de estratos altos.
Lo más preocupante es que, según contó el abogado que apoderó a la joven para presentar la denuncia, el padre de uno de los jóvenes considera que la agresión violenta es sólo un juego de un muchacho “en busca de su identidad”, lo que hace presumir que no sólo no rechaza, sino que tolera el ataque, sin tener en cuenta que en unos años, esos jóvenes podrían cometer delitos mayores.
Sería funesto para el clima de convicencia en Cartagena que los menores de estratos altos estén convencidos de que pueden hacer lo que les plazca en la ciudad, incluso que pueden agredir a los que no les caen bien.
Es imprescindible que el caso de la joven estudiante agredida por ser de raza negra no quede sin resolver, con el argumento de que es una travesura juvenil. Debe investigarse a fondo, seriamente y con objetividad, sin que medie influencia o amenaza de cualquier tipo sobre fiscales y jueces.
De lo contrario, se reforzaría la idea de que la autoridad no opera y que la justicia no funciona para los habitantes de estratos altos, y que la intolerancia y la discriminación son actitudes legítimas.

 

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