Editorial


Inundaciones e indolencia

Ayer Cartagena padeció dos fenómenos simultáneos: lluvias, mareas altas y el oleaje rompiendo en tierra, con la inundación resultante de los sectores costeros más bajos. El suceso no es nuevo, pero su intensidad fue mayor y esa continuará siendo la tendencia. Celebramos que el Distrito, a través de Planeación, tenga un plan piloto para Castillogrande, Bocagrande y El Laguito, pero se deberían adelantar estudios de todas las zonas habitadas inundables, para ir planificando dónde se instalarán protecciones, y dónde sería más barato reasentar a la población. También hay que decidir rápidamente cómo se pondrá el centro Histórico a salvo del nivel medio del mar cada vez más alto. Cartagena había tenido suerte de que su urbanización marginal e informal no había tenido consecuencias catastróficas, pero la naturaleza comienza a pasarle la cuenta por sus años largos de permisividad, falta de autoridad, populismo, politiquería y dejadez, una amalgama que conspiró para que progresaran las invasiones en los sitios de riesgo. Ahora cosechamos el producto de esa irresponsabilidad colectiva. Cosa similar pasa en el Departamento, con asentamientos ribereños nunca bien protegidos, presupuestos malgastados y saqueados por distintos actores, incluyendo alcaldes indolentes y venales, de manera tal que el área rural de Bolívar –la misma de siempre, pero ahora con más agua-, sigue a merced del río y de las crecientes, exacerbadas este año por el fenómeno de La Niña. Ya no funcionará la formulita socorrida de las colchonetas y las frazadas para los peores 30 días de la temporada de lluvias, sino que ahora los daños a la infraestructura abandonada, como jarillones, diques, bocatomas y carreteras, además de las casas de los campesinos en el campo lejano y en los pueblos, serán devastadores. Y para rematar, la inundación ahogó y seguirá ahogando cada vez más tierras de cosecha, lo que asegurará que habrá escasez de alimentos, precios altos para la comida, y hambre. Las decisiones que se tomen de aquí en adelante para poner a la gente a salvo de la naturaleza tienen que ser serias, los recursos tienen que rendir y la corrupción tiene que ser controlada. Lamentablemente, es difícil creer que eso suceda si siguen al mando los mismos políticos de siempre con el trasfondo del cartel de los contratos, que reina en casi todo el país en distintas versiones. En medio de la crisis, habrá algunas oportunidades, pero requerirán pensar en grande. Las defensas costeras son inevitables en los barrios sobre el litoral, de manera que es el momento de diseñar diques, ampliar avenidas, hacer paseos peatonales y demás, pensando en los próximos 50 años y no en los siguientes cinco. La mentalidad cortoplacista que ha dominado las pocas obras que hemos hecho las convierte en insuficientes antes de terminarlas. La ciudad y el departamento de Bolívar –y sobre todo sus gentes- saldrán más maltrechos que nunca de esta temporada de lluvias. Aunque hay que resolver los problemas inmediatos más agudos, las soluciones no pueden definirse a expensas de una planificación integral para los años que vienen.

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